Lectura (1932), de Pablo Picasso
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«Marco Polo había dictado su libro de las
maravillas en la cárcel de Génova.
Exactamente tres siglos después, Miguel de
Cervantes, preso por deudas, engendró a don Quijote de la Mancha en la cárcel
de Sevilla.
Y ésa fue otra aventura de la libertad,
nacida en prisión.
Metido en su armadura de latón, montado en
su rocín hambriento, don Quijote parecía destinado al perpetuo ridículo. Este
loquito se creía personaje de novela de caballería y creía que las novelas de
caballería era libros de historia.
Pero los lectores, que desde hace siglos nos
reímos de él, nos reímos con él. Una escoba es un caballo para el niño
que juega, mientras el juego dura, y mientras dura la lectura compartimos las
estrafalarias desventuras de don Quijote y las hacemos nuestras. Tan nuestras
las hacemos que convertimos en héroe al antihéroe, y hasta le atribuimos lo que
no es suyo. Ladran, Sancho, señal que cabalgamos es la frase que los
políticos citan con más frecuencia. Don Quijote jamás la dijo.
El caballero de la triste figura llevaba más
de tres siglos y medio de malandanzas por los caminos del mundo, cuando el Che
Guevara escribió la última carta a sus padres. Para decir adiós, no eligió una
cita de Marx. Escribió: Otra vez siento bajo mis talones el costillar de
Rocinante. Vuelvo al camino con mi adarga al brazo.
Navega el navegante, aunque sepa que jamás
tocará las estrellas que lo guían».
(GALEANO, Eduardo. Espejos
: una historia casi universal. México: Siglo XXI, 2008,
p.128-129).
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