18 feb 2016

La anarquía de la lectura


Mujer leyendo (1935),  de Pablo Picasso
«Desde la liberalización de las prácticas de la lectura entre los siglos XVII y XIX, cada uno es libre de decidir no sólo qué leer y cómo hacerlo, sino también de elegir el lugar de la lectura. Ahora se puede leer donde uno quiera: preferentemente en casa, hundido en un sillón, tumbado en la cama o en el suelo, pero también al aire libre, en la playa o durante un viaje, en el tren o en el metro (...) la mirada sumergida silenciosamente en un libro generaba un aura de intimidad que separaba al lector de su entorno inmediato permitiéndole, sin embargo, permanecer inmerso en él (...): en medio del ajetreo de la ciudad y en presencia de otra gente, el lector podía estar consigo mismo sin ser perturbado. En nuestros días, especialmente durante las comidas, las personas que están solas se arman de una lectura cautivadora para protegerse de aquellos que puedan sentirse atraídos por su soledad; hay también unos pocos lectores que, como en otros tiempos, muestran preferencia por las salas de lectura de las bibliotecas, donde se lee todavía en la misma postura de los eruditos de antaño, sentado con la espalda erguida, el libro abierto delante, los brazos sobre la mesa, totalmente concentrado en el contenido de la obra, esforzándose por hacer el menor ruido posible y por no molestar a nadie. La biblioteca es un buen lugar para estar solo pero estando entre los demás, en medio de una comunidad de gente con las mismas afinidades, en la cual cada uno se ocupa de algo que no le concierne más que a él».


(BOLLMANN, Stefan. Las mujeres, que leen, son peligrosas. 5ª ed. Madrid: Maeva, 2007, p. 32-33).

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