Ser en la
vida romero,
romero
sólo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la
vida romero,
sin más
oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la
vida romero, romero..., sólo romero.
Que no
hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por
todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero,
siempre ligero.
Que no se
acostumbre el pie a pisar el mismo suelo,
ni el
tablado de la farsa, ni la losa de los templos
como el
sacristán los rezos,
ni como
el cómico viejo
digamos
siempre los versos.
La mano
ociosa es quien tiene más fino el tacto en los dedos,
decía el
príncipe Hamlet, viendo
cómo
cavaba una fosa y cantaba al mismo tiempo
un
sepulturero.
No
sabiendo los oficios los haremos con respeto.
Para
enterrar a los muertos
como
debemos
cualquiera
sirve, cualquiera... menos un sepulturero.
Un día
todos sabemos
hacer
justicia. Tan bien como el rey hebreo
la hizo
Sancho el escudero
y el
villano Pedro Crespo.
Que no
hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo.
Pasar por
todo una vez, una vez sólo y ligero,
ligero,
siempre ligero.
Sensibles
a todo viento
y bajo
todos los cielos,
poetas,
nunca cantemos
la vida
de un mismo pueblo
ni la
flor de un solo huerto.
Que sean
todos los pueblos
y todos
los huertos nuestros.
(LEÓN
FELIPE. Antología rota. 8ª ed. Buenos Aires: Losada, 1977, p. 17-18).
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