Mujer soñando con la evasión, de Joan Miró
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–Compraré un solo sueño –dije precipitadamente–. Me llevaré únicamente
el sueño de Anna... –y enseguida rectifiqué–: ... sólo el de la muchacha y el
barco blanco.
Con gesto pensativo, él anotaba
cifras ilegibles en una hoja de papel que tenía junto al bloc, como si le
costara calcular el precio.
–Un mes –murmuró al fin, tachando sus cálculos con una raya firme.
Yo me reí en su cara.
Alisándose las solapas, el hombre explicó:
–Hablo en serio. Quizá esperaba poder pagar con dinero, pero sepa usted
que en ningún sitio se compran con dinero los sueños. Debe pagarlos con tiempo.
Los sueños cuestan tiempo; algunos, mucho tiempo. Tenemos un sueño (puedo
enseñárselo, si quiere) por el que pedimos una vida.
–Muchas gracias –le interrumpí, porque empezaba a sentir vértigo-, me
temo que no dispongo de tanto tiempo, no tengo tiempo siquiera para ese sueño
pequeño que deseo comprar –me acerqué al hombre y lo miré con gesto
suplicante-. Deseo ese sueño más de lo que pueda usted imaginar, le pagaría
mucho por él, le daría incluso todos mis ahorros, pero mi trabajo es antes que
mi tiempo, (...)
–Escuche –grité al hombre, que
había dejado de mirarme y volvía a contemplar la calle con indiferencia–, he de
pensarlo, lo pensaré y volveré mañana. ¡Guárdeme el sueño, no permita que otro
se lo lleve!».
(BACHMANN, Ingeborg. Ansia y otros cuentos. Madrid: Siruela, 2005, p. 48-49).
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