2 abr 2024

Las lecturas de Matilda

«La clase había comenzado ya a congeniar con la señorita Honey, aunque ella apenas se había fijado en ninguno de ellos, a excepción de Matilda.
— ¿Quién te ha enseñado a leer, Matilda? —preguntó.
— He aprendido sola, señorita Honey.
— ¿Y has leído libros tú sola? Me refiero a libros para niños.
— He leído todos los que hay en la biblioteca pública de la calle Mayor, señorita Honey.

24 mar 2024

Voz sin pérdida

Árbol golpeado por el viento (1883), 
de Vincent van Gogh
Este viento de marzo
da libertad y bienaventuranza.
Como tu voz, que es casi luz, almendra
abierta de misterio y de lujuria,
con sus tonos astutos, tierna y seca, latiendo
tan desnuda que limpia la alegría,
con su esmalte y sus ángulos,
sus superficies bien pulimentadas,
no con arrugas, pero
penetrando en mí siempre,
unas veces sumisa y precavida,
trémula de inocencia otras, y en secreto,
bien sé si turbio o si transparente.

15 mar 2024

Las ovejas y los lobos

Separación (1900), de Edvard Munch
«Eran los perros los que, como de costumbre, hacían centinela, guardando las ovejas y defendiéndolas de la voracidad de los lobos, y conociendo éstos que no les era posible atacarlas, inventaron el siguiente medio. Enviaron mensajeros a las ovejas diciendo que querían estar en paz con ellas con tal que para mutua seguridad entregasen en rehenes, ellas a los perros y ellos a los lobeznos, sus hijos.

8 mar 2024

Caerellia

Rivales inconscientes (1893), de
Lawrence Alma-Tadema
«En ese universo de riqueza y alta sociedad donde la cultura empezó a arraigar, también había mujeres que coleccionaban libros. Gracias a las cartas de Cicerón conocemos a Caerellia, ávida lectora y propietaria de una biblioteca filosófica. Resulta que esa rica dama patricia consiguió, de alguna manera –tal vez recurriendo al soborno–, una copia pirata del tratado ciceroniano Sobre el supremo bien y el supremo mal, antes de que el autor pusiera oficialmente el libro en circulación. ‘Sin duda Caerellia rebosa un encendido entusiasmo por la filosofía’, escribió un irritado Cicerón con tono sarcástico».


(VALLEJO, Irene. El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo. 11ª ed. Madrid: Siruela, 2020, p. 281).

27 feb 2024

Dialogando

Estos poemas los desencadenaste tú
como se desencadena el viento,
sin saber hacia dónde ni por qué.
Son dones del azar o del destino,
que a veces
la soledad arremolina o barre;
nada más que palabras que se encuentran
que se atraen y se juntan
irremediablemente,
y hacen un ruido melodioso o triste,
lo mismo que dos cuerpos que se aman.



(GONZÁLEZ, Ángel. El otoño y otras luces. Barcelona: Tusquets, 2001, p. 27).

20 feb 2024

Últimos minutos

Aurora, mediodía, atardecer y crepúsculo (1979), de Salvador Dalí

«Nueve días estuvo esperando su turno. Cada madrugada, al azar, como recuas, un grupo de prisioneros era obligado a formar en el hangar y conducido, de a dos en fondo, hasta unos camiones que se perdían ruidosamente en un paisaje tibio y desolado. Pocos se despedían. Los más se iban en silencio. Es probable que a Alegría, acostumbrado a observar a su enemigo, la muerte sin aspavientos le resultara familiar, pero la vida aprisionada en la casualidad de estar o no estar en el rincón elegido para designar los muertos debió resultarle insoportable. Alegría rechazaba el azar, necesitaba el orden.

Podemos suponer cierto alivio cuando el día dieciocho, exhausto bajo una lluvia inclemente, fue él uno de los miembros de la recua. En el camión, hacinados y guardando el equilibrio, todos los condenados se miraban a los ojos, se cogían de la mano, se apretaban unos contra otros. A mitad de camino, una mano buscó la suya y su soledad se desvaneció en un apretón silencioso, prolongado, intenso, que le dio cabida en la comunidad de los vencidos. Tras la mano, una mirada. Otras miradas, otros ojos enrojecidos por la debilidad y el llano sofocado. “Perdonadme”, dijo, y se zambulló en aquel tumulto de cuerpos desolados».


(MÉNDEZ, Alberto. Los girasoles ciegos. Barcelona: Anagrama, 2008, p. 29-30).

14 feb 2024

Sentidos

Contemplada por mis oídos
olida por mis ojos
acariciada por mi olfato
oída por mi lengua
comida por mi tacto
habitar tu nombre
caer en tu grito contigo...



(PAZ, Octavio. Delta de cinco brazos. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 1998, p. 54-55).