«Hay un
modo de afirmarse como persona, un modo trágico que es afirmarse en personaje;
el personaje es siempre trágico; bajo él gime la persona y para liberarse un
día se precipita en tragedia, después de haber precipitado a lo que de ella dependió.
Si el hombre occidental arroja su máscara, renuncia a ser personaje en la
historia, quedará disponible para elegirse como persona. Y no es posible
elegirse a sí mismo como persona sin elegir, al mismo tiempo, a los demás. Y
los demás son todos los hombres.
Con ello
no se acaba el camino: más bien empieza».
(ZAMBRANO, María. Persona y democracia. 2ª ed. Madrid:
Siruela, 2004, p. 208).