Llamaradas, de Li-Shu Chen
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El mando apuraba la voz. Pero aquello no se
podía hacer de cualquier manera, a lo bruto. Cada trabajo requiere su ritmo, y
ninguno de nosotros recordaba haber cargado restos de libros quemados. Las
herramientas tampoco. Ellas y nosotros estábamos acostumbrados a recoger las
hojas caídas, al olor de las cenizas de otoño, que le daban a la ciudad un
aroma medicinal. Más que de humo habría que hablar de eso, de un aroma. Era una
naturaleza a la que le había llegado su tiempo. En cambio, lo que hoy ardía era
el tiempo. En eso sí que reparé. No dije nada, pero lo pensé.