29 ene 2018

Los libros arden mal


Llamaradas,  de Li-Shu Chen
«Había mucha limpieza que hacer. Y otro tanto en la plaza de María Pita. Muchos libros quemados. Algo habíamos oído nosotros de que andaban quemando libros en la orilla del mar. Ya habían hecho alguna que otra quema en los primeros días del golpe. Pero esto era diferente. Bibliotecas enteras ahí quemadas. Excepto la voz resinosa del que mandaba, repetida como un eco por el nuevo encargado, el único sonido era el de los rastrillos rascando con sus dientes y luego las palas cargando el camión.
El mando apuraba la voz. Pero aquello no se podía hacer de cualquier manera, a lo bruto. Cada trabajo requiere su ritmo, y ninguno de nosotros recordaba haber cargado restos de libros quemados. Las herramientas tampoco. Ellas y nosotros estábamos acostumbrados a recoger las hojas caídas, al olor de las cenizas de otoño, que le daban a la ciudad un aroma medicinal. Más que de humo habría que hablar de eso, de un aroma. Era una naturaleza a la que le había llegado su tiempo. En cambio, lo que hoy ardía era el tiempo. En eso sí que reparé. No dije nada, pero lo pensé. Estremil, compañero, arde el tiempo. No las horas, ni los días, ni los años. El tiempo. Todos los libros que no he leído, Estremil, están ardiendo. Porque él sí leía. Era de esos operarios que se paraban a leer, con esa manera que tienen los operarios cuando se paran a leer, a conciencia. Todo lo que hacía Estremil lo hacía a conciencia. Seguro que algunos de los libros que él había leído estaban allí, entre las cenizas que arrastraban los rastrillos, en las paladas que iban llenando el camión».


(RIVAS, Manuel. Los libros arden mal. Madrid: Alfaguara, 2006, p. 134).

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