«Hay en el
escribir un retener las palabras, como en el hablar hay un soltarlas, un
desprenderse de ellas, que puede ser un ir desprendiéndose ellas de nosotros.
Al escribir se retienen las palabras, se hacen propias, sujetas a ritmo,
selladas por el dominio humano de quien así las maneja. Y esto,
independientemente de que el escritor se preocupe de las palabras y con plena
conciencia las elija y coloque en un orden racional, sabido. Lejos de ello,
basta con ser escritor, con escribir por esta íntima necesidad de librarse de
las palabras, de vencer en su totalidad la derrota sufrida, para que esta
retención de las palabras se verifique. Esta voluntad de retención se encuentra
ya al principio, en la raíz del acto mismo de escribir y permanentemente la
acompaña. Las palabras van así cayendo, precisas, en un proceso de
reconciliación del hombre que las suelta reteniéndolas, de quien las dice en
comedida generosidad».
(ZAMBRANO, María. Hacia un saber sobre el alma. 2ª ed.
Madrid: Alianza Editorial, 1987, p. 32).
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