Habitación en hotel (1931), de Edward Hopper
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«Los libros hubieran podido aclararme muchas
cosas. He oído recriminar su influencia muchas veces. Sería muy fácil para mí
hacerme la víctima, quizás mi caso pareciera así más interesante, pero la
verdad es que los libros no han tenido ninguna influencia sobre mí. Nunca me
han gustado los libros. Cuando los abres, estás esperando alguna revelación
trascendental, y cuando los cierras, te sientes desilusionado. Además, habría
que leerlo todo y no bastaría con toda una vida. Los libros no contienen la
vida, sólo contienen sus cenizas. Supongo que le llaman a eso la experiencia
humana. En casa había una gran cantidad de volúmenes antiguos, en una
habitación donde no entraba nadie. La mayoría eran libros piadosos, impresos en
Alemania, llenos de aquel misticismo moravo que tanto gustaba a mis abuelas. A
mí también me gustaba aquella clase de libros; los amores que nos pintan tienen
los mismos transportes y arrebatos que cualquier otro amor, pero sin el
remordimiento: puede uno abandonarse a ellos sin temor».
(YOURCENAR, Marguerite. Alexis o el tratado del inútil combate. Madrid: Alfaguara, 1992, p. 54-55).
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