A mitad del poema me sobrecoge siempre un gran
desamparo,
todo me abandona,
no hay nadie a mi lado, ni siquiera esos ojos que
desde
atrás contemplan lo que escribo
no hay atrás ni adelante, la pluma se rebela, no
hay
comienzo ni fin, tampoco hay un muro que
saltar,
es una explanada desierta el poema, lo dicho no
está
dicho, lo no dicho es indecible,
torres, terrazas devastadas, babilonias, un mar de
No,
detenerme, callar, cerrar los ojos hasta que brote
de
mis párpados una espiga, un surtidor de
soles,
y el alfabeto ondule largamente bajo el viento del
sueño
y la marea crezca en una ola y la ola
rompa
el dique,
esperar hasta que el papel se cubra de astros y sea
el
poema un bosque de palabras enlazadas,
No,
no tengo nada que decir, nadie tiene nada que
decir,
nada ni nadie excepto la sangre,
nada sino este ir y venir de la sangre, este escribir
sobre
lo escrito y repetir la misma palabra
en
mitad del poema,
sílabas de tiempo, letras rotas, gotas de tinta,
sangre
que
va y viene y no dice nada y me lleva
consigo.
(PAZ, Octavio.
La estación violenta. 1ª ed., 12ª
reimp. México: Fondo de Cultura Económica, 2013, p. 44-45.)
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