Mensaje a un amigo (1977), de
Joan Miró
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«En cualquier etapa de la vida la amistad nos
sirve para encontrar apoyos, para superar las dificultades y sobre todo, para
tener la capacidad de proyectarnos hacia el porvenir. Forma parte de esa
ingeniería de los recorridos biográficos, llevada a cabo como una labor de
artesanía. Una vida bien realizada es la que consigue hacer una pequeña obra de
arte de cada uno de sus temas esenciales. Cada etapa tiene sus características,
y la rectificación no sólo es posible, sino que forma parte de nuestro arsenal,
del que debemos echar mano en cada momento de nuestra trayectoria.
La tarea de vivir presenta un trasfondo filosófico que se vuelve arte y
oficio, entrega y aprendizaje constantes. Aprender a ser persona se
consigue mediante la repetición de hábitos positivos que enmarcan una forma de
ser que pone en juego lo mejor de uno mismo. Los hábitos no pueden ser
entendidos como mera rutina, como algo que se hace una y otra vez de forma
cansina. Los hábitos vitales muestran la constancia, la tenacidad y la
perseverancia en una tarea creativa, que es buena y que exige el recurso de una
regla, el ejercicio de unos actos que van originando una tendencia a lo
excelente. Uno se va curtiendo poco a poco, a lo largo de los años, para forjar
una manera de ser. No hay una forma de vivir innata ni hereditaria: aprendemos
de los modelos que están a nuestro alrededor y de las experiencias de cada día.
Y los amigos contribuyen, en cada fase de la vida, a este proceso que nos ayuda
a ser mejores».
(ROJAS, Enrique. Amistad: adiós a la soledad. Madrid:
Temas de hoy, 2009, p. 119-120).
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