Belleza abstracta (1), de Li-Shu Chen
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El destino, al igual que todo lo humano,
no se manifiesta en abstracto, sino que se encarna en alguna circunstancia, en
un pequeño lugar, en una cara amada, o en un nacimiento pobrísimo en los
confines de un imperio.
Ni el amor, ni los encuentros verdaderos,
ni siquiera los profundos desencuentros, son obra de las casualidades, sino que
nos están misteriosamente reservados. ¡Cuántas veces en la vida me ha
sorprendido cómo, entre las multitudes de personas que existen en el mundo, nos
cruzamos con aquellas que, de alguna manera, poseían las tablas de nuestro
destino, como si hubiéramos pertenecido a una misma organización secreta, o a
los capítulos de un mismo libro! Nunca supe si se los reconoce porque ya se los
buscaba, o se los busca porque ya bordeaban los aledaños de nuestro destino.
El destino se muestra en signos e
indicios que parecen insignificantes pero que luego reconocemos como decisivos.
Así, en la vida uno muchas veces cree andar perdido, cuando en realidad siempre
caminamos con un rumbo fijo, en ocasiones determinado por nuestra voluntad más
visible, pero en otras, quizás más decisivas para nuestra existencia, por una
voluntad desconocida aun para nosotros mismos, pero no obstante poderosa e
inmanejable, que nos va haciendo marchar hacia los lugares en que debemos
encontrarnos con seres o cosas que, de una manera o de otra, son, o han sido, o
van a ser primordiales para nuestro destino, favoreciendo o estorbando nuestros
deseos aparentes, ayudando u obstaculizando nuestras ansiedades, y, a veces, lo
que resulta todavía más asombroso, demostrando a la larga estar más despiertos
que nuestra voluntad consciente.
En el momento, nuestras vidas nos parecen
escenas sueltas, una al lado de la otra, como tenues, inciertas y livianísimas
hojas arrastradas por el furioso y sin sentido viento del tiempo. Mi memoria
está compuesta de fragmentos de existencia, estáticos y eternos: el tiempo no
pasa, entre ellos, y cosas que sucedieron en épocas muy remotas entre sí están
unas junto a otras vinculadas o reunidas por extrañas antipatías y simpatías. O
acaso salgan a la superficie de la conciencia unidas por vínculos absurdos pero
poderosos, como una canción, una broma o un odio común. Como ahora, para mí, el
hilo que las une y que las va haciendo salir una después de otra es cierta
ferocidad en la búsqueda de algo absoluto, cierta perplejidad, la que une
palabras como hijo, amor, Dios, pecado, pureza, mar, muerte».
(SÁBATO, Ernesto. La resistencia : una reflexión sobre la globalización, la clonación, la masificación. Barcelona: Seix Barral, 2003, p. 25-27).
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