«Cuando
el suelo queda parcialmente libre de nieve y su superficie se ha secado algo
por efecto de los días tibios, me era grato buscar las primeras señales del
tiempo nuevo que atisbaban apenas al exterior entre la majestuosa belleza de la
vegetación ya marchita que logró resistir el invierno: siemprevivas, olidagos,
junquillos y las graciosas gramíneas salvajes, más visibles y a menudo más
graciosas que en verano, como si su belleza no madurase hasta entonces; igual
ocurre con la planta del algodón, la espadaña, el verbasco, la candelaria, el
corazoncillo, la espirea y otras plantas de tallo duro, graneros inagotables
que alimentan a los primeros pájaros recién llegados, plantas discretas como
velo de viuda para la naturaleza invernal.Mis preferencias se inclinan hacia
los juncos de tallo inclinado, con su punta en forma de haz, que nos traen
durante el invierno el recuerdo del estío, a los cuales gusta de imitar el
arte, y que dentro del reino vegetal guardan en la mente del hombre igual
relación que la astronomía. Es un estilo antiguo, más viejo que el de Grecia o
Egipto. Muchos de los fenómenos invernales nos sugieren una ternura y una
frágil delicadeza inexplicable. Estamos acostumbrados a ver en el invierno un
tirano violento y tumultuoso, cuando en realidad adorna las trenzas del verano
con la dulzura de un amante».
(THOREAU, Henry David. Walden o la vida
en los bosques. Barcelona: Juventud, 2010,
p. 379-380).
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