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Dans la prairie (1876), de Claude Monet |
«Ningún vicio es más difícil de erradicar que el que se considera
popularmente una virtud. Entre estos vicios destaca el vicio de la lectura. Se admira de modo general
que leer basura es un vicio; pero la lectura per se –el
hábito de leer–, nuevo como es, ya está a la altura de virtudes tan acreditadas
como el ahorro, la sobriedad, el levantarse temprano y el ejercicio regular.
Hay, en verdad, algo peculiarmente agresivo en la actitud virtuosa del lector
que lee por sentido del deber. Los que se han mantenido en los humildes caminos
de la preceptiva lo veneran como a alguien que sigue un consejo imposible de
cumplir. “Ojalá hubiese leído tanto como usted”, declara el novicio iletrado a
este adepto de lo supererogatorio; y el lector, acostumbrado al incienso del
aplauso acrítico, considera de forma natural que su ocupación es una hazaña
intelectual notable.
La lectura llevada a cabo deliberadamente
–lo que podríamos llamar la lectura volitiva– no es lectura, al igual que la
erudición no es la cultura. La lectura verdadera es una acción refleja; el
lector nato lee de forma tan inconsciente como respira; y llevando la analogía
un poco más lejos, la lectura no es más una virtud que el hecho de respirar.
Cuanto más meritoria se considera, más estéril se vuelve.»
(WHARTON, Edith.
El vicio de la lectura. Palma: José J. de Olañeta, 2010, p. 17-19).
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