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El hijo del hombre
(1964), de René
Magritte
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«Un lobo flaco y hambriento encontró
en un camino a un perro que estaba gordo y bien cuidado.
- Dime –le interrogó–, ¿en qué
consiste que siendo yo más fuerte y más valiente que tú, no encuentro que comer
y casi me muero de hambre?
- Consiste –contestó el perro– en
que sirvo a un amo que me cuida mucho, me da pan sin pedírselo, me guarda los
huesos y mendrugos que sobran de las comidas, y no tengo más obligación que
custodiar la casa.
- Mucha felicidad es ésta –contestó
el lobo envidiándole su suerte.
- Pues mira –replicó el perro–, si
tú quieres puedes disfrutar del mismo destino, viniendo a servir a mi amo y
defendiendo la casa de los ladrones por la noche.
- Convengo en ello –dijo el lobo–,
porque más cuenta me tiene vivir bajo techado y hartarme de comida sin tener
nada qué hacer, que no andar por los bosques con lluvias y nieves.