«Le di
afectuoso la mano. “Quédeselo tranquila. A nuestro viejo amigo Mendel le habría
encantado que al menos una entre los miles de personas que le deben un libro
aún se acuerde de él”. Después me marché y sentí vergüenza frente a aquella
anciana y buena señora que, de una manera ingenua y sin embargo verdaderamente
humana, había sido fiel a la memoria del difunto. Pues ella, aquella mujer sin
estudios, al menos había conservado el libro para acordarse mejor de él. Yo, en
cambio, me había olvidado de Mendel el de los libros durante años. Precisamente
yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio
aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable
reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido».
Ágora donde iniciar historias sobre libros, naturaleza, arte y poesía; donde hallar las palabras soñadas o queridas, sin la perspectiva del tiempo... como en una biblioteca.
21 ene 2020
El recuerdo del libro
17 ene 2020
Clarividencia
12 ene 2020
7 ene 2020
El avariento y el envidioso
Circle Limit III (1959), de M.C. Escher
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«Dos
hombres, de los cuales uno era muy avariento y el otro muy envidioso, rogaban a
Júpiter que les satisfaciera sus anhelos. Envió el padre de los dioses a Apolo
para que se enterase de sus deseos, pero con la condición de que uno de ellos
pidiera el primero para que el segundo recibiese doble de lo que hubiese
pedido. Oyendo esto el avariento, quiso que pidiese primero el envidioso, para
tener el doble de las riquezas que supuso pediría, pero viendo el envidioso que
siendo el primero en pedir recibiría el avariento el doble que él, pidió con
toda mala intención que le sacasen un ojo para que al avariento tuviesen que
sacarle los dos».
Insaciable es la avaricia, pero
la envidia aún es peor. El envidioso, con tal de causar daño a otro, se
sacrifica a sí mismo.
(ESOPO. Fábulas. [San Salvador?: s.n., s.a., p. 70).
31 dic 2019
20 dic 2019
11 dic 2019
1935, Buenos Aires: Alfonsina
Mujer que juega con el viento, de Li-Shu Chen
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«A la mujer
que piensa se le secan los ovarios. Nace la mujer para producir leche y
lágrimas, no ideas; y no para vivir la vida sino para espiarla desde las
ventanas a medio cerrar. Mil veces se lo han explicado y Alfonsina Storni nunca
lo creyó. Sus versos más difundidos protestan contra el macho enjaulador.
Cuando hace
años llegó a Buenos Aires desde provincias, Alfonsina traía unos viejos zapatos
de tacones torcidos y en el vientre un hijo sin padre legal. En esta ciudad
trabajó en lo que hubiera; y robaba formularios del telégrafo para escribir
tristezas. Mientras pulía las palabras, verso a verso, noche a noche, cruzaba
los dedos y besaba las barajas que anunciaban viajes y herencias y amores.
El tiempo ha
pasado, casi un cuarto de siglo; y nada le regaló la suerte. Pero peleando a
brazo partido Alfonsina ha sido capaz de abrirse paso en el masculino mundo. Su
cara de ratona traviesa nunca falta en las fotos que congregan a los escritores
argentinos más ilustres.
Este año, en
el verano, supo que tenía cáncer. Desde entonces escribe poemas que hablan del
abrazo de la mar y de la casa que la espera allá en el fondo, en la avenida de
las madréporas».
(GALEANO, Eduardo. Mujeres. Madrid: Alianza Editorial, 1995, p. 42).
4 dic 2019
29 nov 2019
Toda la vida
Los amantes (1923), de Pablo Picasso
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«El
capitán miró a Fermina Daza y vio en sus pestañas los primeros destellos de una
escarcha invernal. Luego miró a Florentino Ariza, en su dominio invencible, su
amor impávido, y lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte,
la que no tiene límites.
–¿Y
hasta cuando cree usted que podemos seguir en este ir y venir del carajo? –le
preguntó.
Florentino
Ariza tenía la respuesta preparada desde hacía cincuenta y tres años, siete
meses y once días con sus noches. El administrador no levantó la cabeza.
–Toda
la vida–dijo».
(GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. El amor en los tiempos del cólera. Barcelona: Círculo de Lectores, 1987,
p. 355).