«Una revista que pagaba muy bien me encargó escribir sobre un cuarto de
baño, así que me metí en el de unos amigos que se iban quince días de
vacaciones, y les pedí que cerraran por fuera hasta su regreso. Aunque llevaba
un excelente equipo de supervivencia, fue uno de los retos más duros de mi vida
profesional. Pero resultó apasionante ver qué clase de registros emocionales se
ponen en marcha, en una situación límite, frente a dentífricos con sabor a
menta, cuchillas de afeitar roñosas o compresas con alas.
Lo conté todo en ese reportaje,
incluso lo de las hormigas que a última hora de la tarde transportaban enseres
diminutos desde una rendija de la base del bidet a un agujero situado en la
parte de atrás del retrete. Algunos lectores me reprocharon que me las hubiera
comido, sin comprender que lo hice en un intento por entablar con ellas algún
tipo de trato cuando ya habían fallado todos los demás sistemas de
comunicación. Una soledad alicatada hasta el techo es durísima.