Bosque de Allerbos (Bélgica)
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«El atardecer temprano de febrero se asomó,
cansado y huraño, a la habitación 12, con ojos de penitente enrojecidos por el
llanto. Las paredes grisáceas de la habitación parecían diluirse en la penumbra
del mismo color y la cruz de madera negra flotaba en el aire. Las camas de
hierro sólo eran visibles como contornos borrosos. La atmósfera crepuscular
gravitaba como un encantamiento sobre los niños que compartían de dos en dos
cada lecho. En algún rincón oscuro lloraba en voz baja una niña desconsolada,
otra hablaba con voz suave y cuidadosa como si estuviese junto a la cama de su
madre enferma, y una niña pequeña cerca de la ventana estaba en la almohada con
los brazos alrededor de las rodillas. Su perfil y el hombro redondeado se
destacaban nítidamente sobre la ventana de color gris pálido. Y el aire
saturado de fenol era tan denso que parecía que las tímidas palabras de la niña
que estaba hablando rebotaban en él y sólo el llanto oculto que venía del
rincón oscuro se clavaba con tonos agudos en la penumbra. Así es en el bosque
en los atardeceres nebulosos de principios de otoño: las voces del arroyo y de
la hierba se pierden en el mar de las brumas y sólo el quejido de las cimas de
los árboles atormentados por el viento vibra a través del bosque solitario».
(RILKE, Rainer Maria. A lo largo de la vida: historias cortas y apuntes. 2ª ed. Barcelona: Alba Editorial, 1999, p. 85-86).
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