3 feb 2018

Atardecer


Bosque de Allerbos (Bélgica)
«El atardecer temprano de febrero se asomó, cansado y huraño, a la habitación 12, con ojos de penitente enrojecidos por el llanto. Las paredes grisáceas de la habitación parecían diluirse en la penumbra del mismo color y la cruz de madera negra flotaba en el aire. Las camas de hierro sólo eran visibles como contornos borrosos. La atmósfera crepuscular gravitaba como un encantamiento sobre los niños que compartían de dos en dos cada lecho. En algún rincón oscuro lloraba en voz baja una niña desconsolada, otra hablaba con voz suave y cuidadosa como si estuviese junto a la cama de su madre enferma, y una niña pequeña cerca de la ventana estaba en la almohada con los brazos alrededor de las rodillas. Su perfil y el hombro redondeado se destacaban nítidamente sobre la ventana de color gris pálido. Y el aire saturado de fenol era tan denso que parecía que las tímidas palabras de la niña que estaba hablando rebotaban en él y sólo el llanto oculto que venía del rincón oscuro se clavaba con tonos agudos en la penumbra. Así es en el bosque en los atardeceres nebulosos de principios de otoño: las voces del arroyo y de la hierba se pierden en el mar de las brumas y sólo el quejido de las cimas de los árboles atormentados por el viento vibra a través del bosque solitario».


(RILKE, Rainer Maria. A lo largo de la vida: historias cortas y apuntes. 2ª ed. Barcelona: Alba Editorial, 1999, p. 85-86).

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