La siesta (1868), de Lawrence Alma-Tadema
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«Cuando
considero esos años, creo encontrar en ellos la Edad de Oro. Todo era fácil;
los esfuerzos de antaño se veían recompensados por una facilidad casi divina.
Viajar era un juego: placer controlado, conocido, puesto hábilmente en acción.
El trabajo incesante no era más que una forma de voluptuosidad. Mi vida, a la
que todo llegaba tarde, el poder y aun la felicidad, adquiría un esplendor
cenital, el brillo de las horas de la siesta en que todo se sume en una
atmósfera de oro, los objetos de aposento y el cuerpo tendido a nuestro lado.
La pasión colmada posee su inocencia, casi tan frágil como las otras: el resto
de la belleza humana pasaba a ser un espectáculo, no era ya la presa que yo
había perseguido como cazador.