«Si
pensamos en la parte de las grandes lecturas que debemos a la Escuela, a la
Crítica, a todas las formas de publicidad, o, por el contrario, al amigo, al
amante, al compañero de clase, o a veces incluso a la familia –cuando no coloca los
libros en el estante de la educación–, el resultado es claro: las cosas más
hermosas que hemos leído se las debemos casi siempre a un ser querido. Y a un
ser querido será el primero a quien hablemos de ellas. Quizá, justamente,
porque lo típico del sentimiento, al igual que del deseo de leer, consiste en
preferir. Amar, a fin de cuentas, es regalar nuestras preferencias a los que
preferimos. Y estos repartos pueblan la invisible ciudadela de nuestra
libertad. Estamos habitamos por libros y por amigos».
(PENNAC,
Daniel. Como una novela. 8ª ed.
Barcelona: Anagrama, 2001, p. 84).