4 abr 2021

De bibliotecas y bibliotecarios

«El señor Rodó es bibliotecario –dijo mi madre–. Trabaja en la Biblioteca Nacional.
–¿Has estado alguna vez allí? –me preguntó.
–No –me disculpé.
–Tiene más de tres millones de libros –dijo mi madre–, animándolo a hablar–. Y hay un montón de gatos para los ratones, y cada gato tiene su nombre y consta en nómina, como un empleado más.
Y sí, entonces habló de la biblioteca, de libros raros, de códices, de archivos, y confirmó lo de los gatos, pero todo muy vagamente, con ganas de zanjar pronto el tema.
–A ti te gusta leer, ¿no es verdad, Émil?
El señor Rodó tardó en levantar los ojos del plato. Luego se despejó el mechón peinándose lentamente con la mano hacia atrás, demorando el momento de mirarme con un gesto fingido de sorpresa.
–¿Qué tipo de libros te gustan? –preguntó, y al decirlo se rascó delicadamente una ceja con la uña del meñique. Comprendí que le era del todo indiferente mi respuesta.
–No sé, me gusta la filosofía –dije yo con cierto afán de desquite, y procurando ser lo más lacónico posible.
Él adoptó entonces una actitud ponderativa: se llevó un dedo a los labios y remotamente asintió. Luego con la otra mano dibujó en el aire una espiral, incitándome a continuar».


(LANDERO, Luis. El guitarrista. Barcelona: Tusquets, 2002, p. 171-172).

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