«El viento es el mismo, pero cada árbol
tiene el suyo. Se mueven en direcciones distintas, a veces opuestas. Mira.
También pasa con las ramas del mismo árbol, que se agitan diferente, como si le
arrancasen retazos al viento. El abedul es el que más se agita, el que más se
abraza. A ese arce aún le quedan algunas hojas. Ése es otro misterio. En casi
todos los árboles hay unas cuantas hojas que no caen. ¿Que no? Ya lo verás. Y
con la lluvia pasa igual. Quiero decir que la lluvia es la misma, pero cada
árbol y cada arbusto tienen la suya. El grosor y el brillo de las gotas son muy
distintos. Fíjate cómo quedan colgadas las gotas de lluvia después de llover.
Cómo se posan en las ramas, en los brotes, en las puntas de los brotes. Se colocan
como las notas en una partitura. No sólo los árboles. Cada casa tiene su
lluvia. Cada ventana. Esta ventana. Qué suerte. Qué suerte el viento».
(RIVAS, Manuel. Los
libros arden mal. Madrid: Alfaguara, 2006, p. 570).
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