pierden
la suya y te culpan por ello;
Si
puedes confiar en ti mismo cuando todos los hombres
dudan
de ti, pero permitirles también dudar;
Si
puedes esperar y no cansarte de esperar,
O
siendo calumniado no intervenir en las mentiras,
O
siendo odiado, no dar lugar al odio,
Si
puedes soñar –y no hacer que los sueños te dominen–;
Si
puedes pensar –y no hacer de los pensamientos tu objetivo–;
Si puedes
vértelas con el Triunfo y el Desastre
Y
tratar a esos dos impostores exactamente igual;
Si
puedes aguantar oír la verdad que has pronunciado distorsionada por los pícaros
para hacer una trampa de tontos,
Y
observar las cosas que diste a la vida, rotas
y
retroceder para reconstruirlas otra vez con herramientas gastadas;
Si
puedes hacer un montón de todas tus ganancias
Y
jugártelas a cara o cruz,
Y
perder, y empezar desde el principio
Y
nunca decir una sola palabra sobre tu pérdida;
Si
puedes esforzar tu corazón y tus nervios y músculos
Para
tomar tu turno mucho después de que hayan desaparecido,
Y así
aguantar cuando no hay nada dentro de ti
Excepto
la Voluntad que dice “aguanta”.
Si
puedes hablar con las masas y conservar tu virtud,
O
caminar con los reyes sin perder la sencillez,
Si los
enemigos ni los buenos amigos pueden herirte,
Si
todos los hombres cuentan contigo pero ninguno demasiado;
Si
puedes llenar un minuto de rencor con sesenta segundos de distancia,
Tuya
es la Tierra y todo lo que hay en ella,
Y –lo
que es más importante– serás un hombre, hijo mío».
(KIPLING, Rudyard. Stories and poems. London: Everyman’s Library, 1976, p. 217-218).
No hay comentarios:
Publicar un comentario