Confidencias (1869), de Lawrence Alma-Tadema
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«Me
escribes diciéndome que el portador de las cartas es amigo tuyo, y al mismo
tiempo me recomiendas que tenga cuidado en lo que le diga de tus cosas. Esto es
decirme a la vez que es y no es tu amigo. La palabra amigo, por consiguiente,
no es en lo que escribes más que una fórmula usual: este hombre es tu amigo,
como todos los candidatos son hombres de bien, como se da el título de señor
a cualquiera cuyo nombre ignoramos.
¿Dejemos la
palabra y hablemos de otra cosa? Creer amigo a alguno, sin tener en él la
confianza como en uno mismo, es no conocer todo el alcance de la verdadera
amistad. Que vuestro amigo sea el confidente de todos vuestros juicios, pero
antes ha de juzgársele a él: a la amistad debe seguir la confianza, el
discernimiento debe precederla. Es un contrasentido, es confundir los deberes y
violar el precepto de Teofrasto, el intimar con alguno antes de conocerlo para
romper con él cuando se le conozca. Medítalo mucho antes de conceder tu amistad; una vez concedida,
abre al amigo tu alma, con tanta confianza en él como en ti mismo. Vive de tal
manera que puedas descubrir todos tus pensamientos aun a tu enemigo; pero como
siempre hay cosas íntimas que la costumbre ha convertido en secretos, derrama
en el seno de un amigo todos tus pesares, todos tus pensamientos: creéle fiel y
lo será».
(SÉNECA, Lucio Anneo. Tratados filosóficos; Cartas. 8ª
ed. México: Porrúa, 2003, p. 194-195).
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