Si las manos pudiesen (las tuyas,
las mías) rasgar la niebla,
entrar en la luz a plomo.
Si la voz llegara. No una cualquiera:
la tuya, y en la mañana volara.
Y de júbilo cantase.
Con tus manos, y las mías,
pudiera entrar en el azul, cualquier
azul: el del mar,
el del cielo, el de la vulgar canción
del agua corriente. Y con ellas ascendiera.
(El ave, las manos, la voz).
Y fueran llama. Casi.
(ANDRADE, Eugénio de. Los surcos de la sed. Madrid: Calambur, 2001, p. 91).
No hay comentarios:
Publicar un comentario