«Había una
vez un escritor indeciso. Cuando escribía, lamentaba no poder leer y, cuando
leía, lamentaba no poder escribir.
Un día recibió una carta que decía: “Me he
enterado de su problema por una entrevista. Siga el recorrido indicado en esta
hoja y lo resolverá”. Firmado: un amigo.
El escritor siguió las indicaciones y se
encontró en una llanura, donde yacían muchas hojas de papel esparcidas por el
suelo en orden geométrico, que terminaban ante la puerta cerrada de una pared
de madera. Sobre la hierba distinguió una vela encendida, un zapato de mujer y
un reloj de arena.
El escritor pensó: “En lo que me resta de
vida, el amor me ayudará a entender el sentido del tiempo”.
Levantó la primera hoja, pero estaba en
blanco. También la segunda estaba en blanco. Todas estaban en blanco. Se
dirigió a la puerta y la abrió, pero al otro lado no había nada, sólo la
llanura interminable. Entonces comprendió que las hojas en blanco eran el libro
que quería escribir y el libro que quería leer, porque escribir y leer se
habían convertido finalmente
en una misma cosa».
en una misma cosa».
(PONTIGGIA, Giusseppe y BUCHHOLZ, Quint. El libro de los libros: historias de
imágenes. Madrid: Lumen, 1998, p. 17-19).
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