«En gran parte un escritor escribe para
ser leído (admiremos a aquellos que dicen lo contrario, pero no les creamos).
Sin embargo, entre nosotros el escritor escribe cada vez más para obtener esa
consagración última que consiste en no ser leído. Desde el momento en que
efectivamente puede constituir el tema de un artículo pintoresco de nuestra
prensa de gran tirada, goza de todas las posibilidades de ser conocido por
muchísimas personas que nunca lo leerán porque se contentarán con conocer su
nombre y leer lo que se escriba sobre él. En adelante será conocido (y
olvidado) no por lo que él es sino de acuerdo con la imagen que un periodista
apresurado haya dado de él. De manera que para hacerse un nombre en las letras
no es ya indispensable escribir libros. Basta con que se lo tenga a uno por
alguien que ha escrito un libro sobre el cual la prensa vespertina haya hablado
y en el cual en lo sucesivo podrá descansar».
(CAMUS, Albert. El verano. Buenos Aires: Sur, 1958, p. 50-51).
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