Couch on the porch, de Frederick Childe Hassam
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«El
segundo pregón era al mediodía, en el verano. La vela estaba echada sobre el
patio, manteniendo la casa en fresca penumbra. La puerta entornada de la calle
apenas dejaba penetrar en el zaguán un eco de la luz. Sonaba el agua de la fuente
adormecida bajo su corona de hojas verdes. Qué grato en la dejadez del mediodía
estival, en la somnolencia del ambiente, balancearse sobre la mecedora de
rejilla. Todo era ligero, flotante; el mundo, como una pompa de jabón, giraba
frágil, irisado, irreal. Y de pronto, tras de las puertas, desde la calle llena
de sol, venía dejoso, tal la queja que arranca el goce, el grito de “¡Los
pejerreyes!” Lo mismo que un vago despertar en medio de la noche, traía consigo
la conciencia justa para que sintiéramos tan sólo la calma y el silencio en
torno, adormeciéndonos de nuevo. Había en aquel grito un fulgor súbito de luz
escarlata y dorada, como el relámpago que cruza la penumbra de un acuario, que
recorría la piel con repentino escalofrío. El mundo, tras de detenerse un
momento, seguía luego girando suavemente, girando... ».
(CERNUDA, Luis. Ocnos. Sevilla: Ayuntamiento, 2002, p. 34-35).
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