«Antes de marcharnos nosotros mi padre
pidió a Sabino que dijera algo a las gentes. Sabino, que parecía ir recobrando
sus facultades, le dijo a mi padre:
- La Adela es mía, don José.
Algunas mujeres lo oyeron y aquella frase
fue repetida por la multitud:
- Dice que la Adela es suya.
Mi padre le dijo que se la darían, pero que
debía declarar en voz alta, gritando para que le oyeran, que él era Sabino y
que se había marchado hacía quince años del pueblo “a otras tierras” y ahora
volvía, sano y sin recibir daño de nadie.
Sabino se asomó a la puerta y abrió los
brazos:
- Soy yo. No tengáis miedo. Yo soy Sabino,
marido de la Adela. Me dio un barrunto y me fui del pueblo. Ahora vengo y nadie
me ha hecho mal.
Se veía en todo lo que hacía como una
vanidad infantil. La atención de la gente le gustaba».
(SENDER, Ramón J. El lugar de un hombre. 7ª ed. Madrid: Destino, 1994, p. 57).