«Leer bien significa
arriesgarse a mucho. Es dejar vulnerable nuestra identidad, nuestra posesión de
nosotros mismos. En las primeras etapas de la epilepsia se presenta un sueño
característico (Dostoievski habla de él). De alguna forma nos sentimos
liberados del propio cuerpo; al mirar hacia atrás, nos vemos y sentimos un
terror súbito, enloquecedor; otra presencia está introduciéndose en nuestra
persona y no hay camino de vuelta. Al sentir tal terror la mente ansía un
brusco despertar. Así debiera ser cuando tomamos en nuestras manos una gran
obra de literatura o de filosofía, de imaginación o de doctrina. Puede llegar a
poseernos tan completamente que, durante un tiempo, nos tengamos miedo, nos
reconozcamos imperfectamente. Quien haya leído La metamorfosis de Kafka y pueda mirarse impávido al espejo será
capaz, técnicamente, de leer la letra impresa, pero es un analfabeto en el
único sentido que cuenta.
Como la comunidad de valores tradicionales
está hecha añicos, como las palabras mismas han sido retorcidas y rebajadas,
como las formas clásicas de afirmación y de metáfora están cediendo el paso a
modalidades complejas, de transición, hay que reconstruir el arte de la
lectura, el verdadero lenguaje literario. La labor de la crítica literaria es
ayudarnos a leer como seres humanos íntegros, mediante el ejemplo de la
precisión, del pavor y del deleite. Comparada con el acto de la creación, ésta
es una tarea secundaria. Pero nunca ha representado tanto. Sin ella, es posible
que la misma creación se hunda en el silencio».
(STEINER, George. Lenguaje y silencio. 2ª ed. Madrid:
Gedisa, 2000, p. 26-27).
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