Ágora donde iniciar historias sobre libros, naturaleza, arte y poesía; donde hallar las palabras soñadas o queridas, sin la perspectiva del tiempo... como en una biblioteca.
29 mar 2024
24 mar 2024
Voz sin pérdida
Árbol golpeado por el viento (1883), de Vincent van Gogh |
da libertad y bienaventuranza.
Como tu voz, que es casi luz, almendra
abierta de misterio y de lujuria,
con sus tonos astutos, tierna y seca, latiendo
tan desnuda que limpia la alegría,
con su esmalte y sus ángulos,
sus superficies bien pulimentadas,
no con arrugas, pero
penetrando en mí siempre,
unas veces sumisa y precavida,
trémula de inocencia otras, y en secreto,
bien sé si turbio o si transparente.
21 mar 2024
15 mar 2024
Las ovejas y los lobos
Separación (1900), de Edvard Munch |
8 mar 2024
Caerellia
Rivales inconscientes (1893), de Lawrence Alma-Tadema |
(VALLEJO, Irene. El infinito en un junco: la invención de los libros en el mundo antiguo. 11ª ed. Madrid: Siruela, 2020, p. 281).
27 feb 2024
Dialogando
Estos poemas los desencadenaste tú
como se desencadena el viento,
sin saber hacia dónde ni por qué.
Son dones del azar o del destino,
que a veces
la soledad arremolina o barre;
nada más que palabras que se encuentran
que se atraen y se juntan
irremediablemente,
y hacen un ruido melodioso o triste,
lo mismo que dos cuerpos que se aman.
como se desencadena el viento,
sin saber hacia dónde ni por qué.
Son dones del azar o del destino,
que a veces
la soledad arremolina o barre;
nada más que palabras que se encuentran
que se atraen y se juntan
irremediablemente,
y hacen un ruido melodioso o triste,
lo mismo que dos cuerpos que se aman.
(GONZÁLEZ, Ángel. El otoño y otras luces. Barcelona: Tusquets, 2001, p. 27).
20 feb 2024
Últimos minutos
Aurora, mediodía, atardecer y crepúsculo (1979), de Salvador Dalí |
«Nueve días estuvo esperando su turno. Cada madrugada, al azar, como recuas, un grupo de prisioneros era obligado a formar en el hangar y conducido, de a dos en fondo, hasta unos camiones que se perdían ruidosamente en un paisaje tibio y desolado. Pocos se despedían. Los más se iban en silencio. Es probable que a Alegría, acostumbrado a observar a su enemigo, la muerte sin aspavientos le resultara familiar, pero la vida aprisionada en la casualidad de estar o no estar en el rincón elegido para designar los muertos debió resultarle insoportable. Alegría rechazaba el azar, necesitaba el orden.
Podemos suponer cierto alivio cuando el día dieciocho, exhausto bajo una lluvia inclemente, fue él uno de los miembros de la recua. En el camión, hacinados y guardando el equilibrio, todos los condenados se miraban a los ojos, se cogían de la mano, se apretaban unos contra otros. A mitad de camino, una mano buscó la suya y su soledad se desvaneció en un apretón silencioso, prolongado, intenso, que le dio cabida en la comunidad de los vencidos. Tras la mano, una mirada. Otras miradas, otros ojos enrojecidos por la debilidad y el llano sofocado. “Perdonadme”, dijo, y se zambulló en aquel tumulto de cuerpos desolados».
(MÉNDEZ, Alberto. Los girasoles ciegos. Barcelona: Anagrama, 2008, p. 29-30).
14 feb 2024
Sentidos
Contemplada por mis oídos
olida por mis ojos
acariciada por mi olfato
oída por mi lengua
comida por mi tacto
habitar tu nombre
caer en tu grito contigo...
(PAZ, Octavio. Delta de cinco brazos. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 1998, p. 54-55).
olida por mis ojos
acariciada por mi olfato
oída por mi lengua
comida por mi tacto
habitar tu nombre
caer en tu grito contigo...
(PAZ, Octavio. Delta de cinco brazos. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 1998, p. 54-55).
11 feb 2024
5 feb 2024
Alimento de sueños, demencias y desvaríos
«¿Sería ese el amor –el maravilloso desorden, la deliciosa llama– de que hablaba la gente, y el que aparecía evocado a todas horas en un tono de desencanto o de celebración en las canciones, en las novelas, en el cine, y que infectaba por igual el arte y la vida, a los pobres y a los ricos, a los analfabetos y a los sabios? Siempre le había parecido necio y cursi todo ese éxtasis retórico, pero no más que la fe en un dios o en una utopía. Y sin embargo ahora dudaba, se preguntaba si sería verdad que nadie está a salvo de su amenaza (o de su redención, según se mire), si el amor viene porque sí sin pedir permiso, y que todo lo allana a su paso, y que uno no lo elige, como tampoco elige los catarros, el nombre que lleva o la súbita melancolía de un atardecer. Había una expresión. ¿cómo era?, son esos dichos que andan flotando a la deriva en la memoria, restos de algún viejo naufragio, y de los que se alimentan los sueños, las demencias, los inspirados desvaríos de los borrachos. La intrincada red amorosa, eso es. ¿Habría quedado también él atrapado en esa intrincada red?».
(LANDERO, Luis. Absolución. Barcelona: Tusquets, 2012, p. 146).