Ágora donde iniciar historias sobre libros, naturaleza, arte y poesía; donde hallar las palabras soñadas o queridas, sin la perspectiva del tiempo... como en una biblioteca.
26 feb 2020
19 feb 2020
Mensaje de Kafka
Prosa (1879), de Lawrence Alma-Tadema |
(STEINER, George. Lenguaje y silencio. 2ª ed. Madrid: Gedisa, 2000, p. 93).
14 feb 2020
10 feb 2020
Gloria, fortuna o ambición
Cupido (1905), de Edvard Munch
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Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube de luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo, dejando sólo la verdad de su
amor,
la verdad de sí mismo, que no se llama gloria, fortuna o
ambición,
sino amor o deseo,
yo sería al fin aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
5 feb 2020
30 ene 2020
Tipos de personas
«Hay personas que “pasan” por la vida, que “gastan su biografía de
puntillas, sin ver y sin ser vistas, escondiéndose de los ojos tanto ajenos
como propios. Son esas personas que nunca están aunque las tengamos al lado. Y
luego están aquellas que incluso en silencio están diciendo, y aún en la
aparente lejanía rezuman vida, como arteria infinita desde la que se distribuye
la sangre que hará y será futuro. Su grandeza lo es por cuanto, sin renunciar a
la imperfección, a lo que cambia, a lo insignificante que nos constituye y nos
construye como humanos, realizan en su carne la transmutación de toda
apariencia: viven intensamente; en ellas razón y poesía se conjugan».
(SANTIAGO
BOLAÑOS, María Fernanda. Introducción.
EN: ZAMBRANO, María. Cartas inéditas (a
Gregorio del Campo). Ourense: Linteo, 2012, p. 29).
26 ene 2020
21 ene 2020
El recuerdo del libro
«Le di
afectuoso la mano. “Quédeselo tranquila. A nuestro viejo amigo Mendel le habría
encantado que al menos una entre los miles de personas que le deben un libro
aún se acuerde de él”. Después me marché y sentí vergüenza frente a aquella
anciana y buena señora que, de una manera ingenua y sin embargo verdaderamente
humana, había sido fiel a la memoria del difunto. Pues ella, aquella mujer sin
estudios, al menos había conservado el libro para acordarse mejor de él. Yo, en
cambio, me había olvidado de Mendel el de los libros durante años. Precisamente
yo, que debía saber que los libros sólo se escriben para, por encima del propio
aliento, unir a los seres humanos, y así defendernos frente al inexorable
reverso de toda existencia: la fugacidad y el olvido».