Artes, Música (1898), de Alfons Mucha
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«Es la
más grave de todas mis culpas pero, en fin, la he cometido. Pequé de silencio
ante ti y ante mí. Cuando el silencio se instala dentro de una casa, es muy
difícil hacerlo salir; cuanto más importante es una cosa, más parece que
queremos callarla. Parece como si se tratara de una materia congelada, cada vez
más dura y masiva: la vida continúa por debajo, sólo que no se la oye.
Woroïno estaba lleno de un silencio que parecía cada vez mayor y todo silencio
está hecho de palabras que no se han dicho. Quizás por eso me hice músico. Era
necesario que alguien expresara aquel silencio, que le arrebatara toda la
tristeza que contenía para hacerlo cantar. Era preciso servirse para ello, no
de las palabras, siempre demasiado precisas para no ser crueles, sino
simplemente de la música, porque la música no es indiscreta y cuando se lamenta
no dice por qué. Se necesitaba una música especial, lenta, llena de largas
reticencias y sin embargo verídica, adherida al silencio para acabar por meterse
dentro de él. Esa música ha sido la mía. Ya ves que no soy más que un
intérprete, me limito a traducir. Pero sólo traducimos nuestras emociones:
siempre hablamos de nosotros mismos».
(YOURCENAR, Marguerite. Alexis o el tratado del inútil combate. Madrid: Alfaguara, 1992, p. 38-39).