Ágora donde iniciar historias sobre libros, naturaleza, arte y poesía; donde hallar las palabras soñadas o queridas, sin la perspectiva del tiempo... como en una biblioteca.
19 dic 2013
14 dic 2013
Exilio de una soledad anhelada
«Estaba harto de esta vigilancia ininterrumpida de los vecinos, de los
compañeros, de sus niños, de su amante, de su esposa. “¿Dónde estabas? ¿Dónde
vas? ¿Por qué haces esto y no lo otro? Venga, ¡respóndeme! ¿Por qué no dices
nada? ¿En qué piensas? ¿En qué piensas ahora mismo? Dímelo, ¡dímelo!”
Un día se encerró a cal y canto. Aporrearon
su puerta. Calló. Le miraron por la ventana. Le miraron por la ventana. Corrió
las cortinas. Taladraron un agujero en la puerta, y vio un ojo que lo
observaba.
Al día siguiente, a las cinco de la mañana,
se puso un sombrero, cogió algunos libros y un paraguas. Después de caminar
treinta y tres horas, se instaló en un paisaje vacío y amplio, donde no había
nadie.
8 dic 2013
Bajo el dulce cielo de diciembre
«Rosa,
divina rosa que te balanceas al viento, aún salpicada de la menuda lluvia
nocturna. Eres feliz en tu placidez, sobre la frescura jugosa de tu tallo, bajo
el dulce cielo de diciembre. Pero no tanto como yo. Tú no puedes mirarlo y yo
sí. Si sus manos posaran en tu carnadura, no las reconocerías como yo, por su
simple tacto. Si oyeras cerca de ti el latido de su corazón, no sabrías que es
el suyo, como yo, por su solo golpe».
(STORNI, Alfonsina. Poemas de amor. 3ª ed. Madrid: Hiperión,
2003, p. 51).
1 dic 2013
La ventana
dudosa siempre en último extremo si presentarse como cuchillo.
Cuánta vacilación en el color de los ojos
antes de quedar frío como una gota amarilla.
Tu tristeza, minutos antes de morirte,
sólo comparable con la lentitud de una rosa cuando acaba,
esa sed con espinas que suplica a lo que no puede,
gesto de un cuello, dulce carne que tiembla.
Eras hermosa como la dificultad de respirar en un cuarto cerrado.
Cuánta vacilación en el color de los ojos
antes de quedar frío como una gota amarilla.
Tu tristeza, minutos antes de morirte,
sólo comparable con la lentitud de una rosa cuando acaba,
esa sed con espinas que suplica a lo que no puede,
gesto de un cuello, dulce carne que tiembla.
Eras hermosa como la dificultad de respirar en un cuarto cerrado.
24 nov 2013
El despertar de la palabra
Moebius Strip I (1961), de M.C. Escher
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«Indecisa,
apenas articulada, se despierta la palabra. No parece que vaya a orientarse
nunca en el espacio humano, que va tomando posesión del ser que despierta lenta
o instantáneamente. Pues que si el despertar se da en un instante, el espacio
le acomete como si ahí le hubiese estado aguardando para definirle, para
hacerle saber que es un ser humano sin más. Mientras el fluir temporal, en
retraso siempre, se queda apegado al ser que despierta envuelto en su tiempo,
en un tiempo suyo que guarda todavía sin entregarlo, el tiempo en el que ha
estado depositado confiadamente.
18 nov 2013
8 nov 2013
Apariencia del viento
Como
leve sonido:
hoja que roza un vidrio,
agua que acaricia unas guijas,
lluvia que besa una frente juvenil;
lluvia que besa una frente juvenil;
como
rápida caricia:
pie desnudo sobre el camino,
dedos que ensayan el primer amor,
sábanas tibias sobre el cuerpo solitario;
pie desnudo sobre el camino,
dedos que ensayan el primer amor,
sábanas tibias sobre el cuerpo solitario;
como
fugaz deseo:
seda brillante en la luz,
esbelto adolescente entrevisto,
lágrimas por ser más que un hombre;
esbelto adolescente entrevisto,
lágrimas por ser más que un hombre;
2 nov 2013
La transformación en lector
27 oct 2013
Aquel rostro
«El niño cambiaba, crecía. Una semana de
indolencia bastaba para ablandarlo; una tarde de caza le devolvía su firmeza,
su atlética rapidez. Una hora de sol lo hacía pasar del color del jazmín al de
la miel. Las piernas algo pesadas del potrillo se alargaron; la mejilla perdió
su delicada redondez infantil, ahondándose un poco bajo el pómulo saliente; el
tórax henchido de aire del joven corredor asumió las curvas lisas y pulidas de
una garganta de bacante. El mohín petulante de los labios se cargó de una
ardiente amargura, de una triste saciedad. Sí, aquel rostro cambiaba como si yo
lo esculpiera noche y día».
(YOURCENAR,
Marguerite. Memorias de Adriano. 1ª ed., 21ª
reimp. Barcelona: Edhasa, 1991, p. 131).