«Dejé los bosques por una
razón tan buena como la que me llevó a ellos. Quizá porque me parecía que tenía
varias vidas más que vivir y que no podía seguir prodigando mi tiempo en
aquélla. Choca y sorprende con qué facilidad e inconsciencia proseguimos una particular
ruta, haciéndonos de ella un camino trillado. No habría vivido allá una semana cuando mis pies habían
hecho ya un camino desde mi puerta a la ribera; y aunque hace ya cinco o seis
años desde que lo recorriera, me resulta claramente aún familiar. Es verdad que
temo que otros hayan pasado por él, así, que hayan contribuido a mantenerlo
abierto. La superficie es blanca y fácilmente maleable por los pies de los
hombres; igual ocurre con las veredas seguidas por la mente. ¡Qué gastados y
polvorientos pueden ser, pues, los caminos del mundo! ¡Qué profundas las
rodadas de la tradición y el conformismo! No quise viajar en primera sino
delante del mástil en la cubierta del mundo, pues desde allí podía ver mejor la
luz de la luna entre las montañas. Ahora no deseo ya descender».
(THOREAU, Henry David. Walden o la vida en los bosques. Barcelona: Juventud, 2010, p. 395-396).
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