«El universo
(que otros llaman la Biblioteca) se compone de un número indefinido, y tal vez
infinito, de galerías hexagonales, con vastos pozos de ventilación en el medio,
cercados por barandas bajísimas. Desde cualquier hexágono, se ven los pisos
inferiores y superiores: interminablemente. La distribución de las galerías es
invariable. Veinte anaqueles, a cinco largos anaqueles por lado, cubren todos
los lados menos dos; su altura, que es la de los pisos, excede apenas la de un
bibliotecario normal. Una de las caras libres da a un angosto zaguán, que
desemboca en otra galería, idéntica a la primera y a todas. A izquierda y a
derecha del zaguán hay dos gabinetes minúsculos. Uno permite dormir de pie;
otro, satisfacer las necesidades finales. Por ahí pasa la escalera espiral, que
se abisma y se eleva hacia lo remoto. En el zaguán hay un espejo que fielmente
duplica las apariencias. Los hombres suelen inferir de ese espejo que la
Biblioteca no es infinita (si lo fuera realmente ¿a qué se debe esa duplicación
ilusoria?); yo prefiero soñar que las superficies bruñidas figuran y prometen
el infinito...».
(BORGES, Jorge Luis. Narraciones. 9ª ed. Madrid:
Cátedra, 1994, p. 105-106).
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