«¿Quién no ha visto agonizar en medio de
espantosos sufrimientos a novelas que tenían toda la vida por delante? Nunca se
sabe de qué depende su supervivencia; lo cierto es que a veces se les corrompe
la sangre y no hay transfusión de tinta que les reanime. Lo más sensato, aunque
no lo más fácil, en situaciones así es avisar al crítico forense para que
levante el cadáver y firme el certificado de defunción. Muchos no se resignan y
hacen con el cuerpo del relato auténticas barbaridades con las que sólo
consiguen prolongar su agonía. Un escritor amigo mío, al que se le estaba
muriendo una novela corta entre las manos, la llenó de tubos y le metió dos
dosis diarias de monólogo interior durante dos semanas. El monólogo interior,
en dosis altas, produce en el cerebro de la trama lesiones irreversibles, así
que sobrevivió, pero en unas condiciones espantosas. Él, de todos modos, la
quería. Con las frases, aunque tienen menos células, pasa lo mismo. Delante de
mí han muerto oraciones enteras que un momento antes tenían un aspecto
excelente. De súbito, les falla el adverbio, que es el encargado de filtrar los
humores glandulares y se quedan en el sitio, con un color horrible, por cierto,
aunque le inyectes en seguida un plural mayestático. El adverbio es más
delicado que el hígado; se obstruye con nada. Un amigo le escribió a otro: “te
quise como buenamente pude”, y la frase falleció antes de que le llegara por
culpa del “buenamente”, que no filtraba bien el afecto. Se la podía haber
mandado desadverbiada: “te quise como pude”, pero habría quedado raquítica. El
adverbio, si es bueno, matiza mucho la amistad, la hace más digerible y
llevadera. Pero hay pocos y el trasplante te cuesta un riñón. De todos modos, algunas novelas muertas
pueden venderse como vivas con la ayuda de un forense poco escrupuloso y el
amor del novelista. Pero hay que sacarles las vísceras, que se descomponen en
seguida, y rellenarlas de serrín».
(incluido en Bibliorelatos: antología de textos del mundo del libro. Barcelona: Casa del Libro, 2008, p. 124-125).
de Juan José Millás
(incluido en Bibliorelatos: antología de textos del mundo del libro. Barcelona: Casa del Libro, 2008, p. 124-125).
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