Ágora donde iniciar historias sobre libros, naturaleza, arte y poesía; donde hallar las palabras soñadas o queridas, sin la perspectiva del tiempo... como en una biblioteca.
31 ene 2018
29 ene 2018
Los libros arden mal
Llamaradas, de Li-Shu Chen
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El mando apuraba la voz. Pero aquello no se
podía hacer de cualquier manera, a lo bruto. Cada trabajo requiere su ritmo, y
ninguno de nosotros recordaba haber cargado restos de libros quemados. Las
herramientas tampoco. Ellas y nosotros estábamos acostumbrados a recoger las
hojas caídas, al olor de las cenizas de otoño, que le daban a la ciudad un
aroma medicinal. Más que de humo habría que hablar de eso, de un aroma. Era una
naturaleza a la que le había llegado su tiempo. En cambio, lo que hoy ardía era
el tiempo. En eso sí que reparé. No dije nada, pero lo pensé.
23 ene 2018
Ese grito
«Eduard Munch escuchó que el cielo gritaba.
Ya había pasado el crepúsculo pero el sol
persistía, en lenguas de fuego que subían desde el horizonte, cuando el cielo
gritó.
Munch pintó ese gritó.
Ahora, quien ve su cuadro se tapa los oídos.
El nuevo siglo nacía gritando».
(GALEANO, Eduardo. Espejos
: una historia casi universal. México: Siglo XXI, 2008,
p. 238).
18 ene 2018
12 ene 2018
Mi corazón no puede más de triste
Sra. Kupka entre verticales (1910-1911),
de František Kupka
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Mi
corazón no puede con la carga
de
su amorosa y lóbrega tormenta,
y
hasta mi lengua eleva la sangrienta
especie
clamorosa que lo embarga.
Ya
es corazón mi lengua lenta y larga,
mi
corazón ya es lengua larga y lenta...
¿Quieres
contar sus penas? Anda y cuenta
los
dulces granos de la arena amarga.
Mi
corazón no puede más de triste:
con
el flotante espectro de un ahogado
vuela
en la sangre y se hunde sin apoyo.
Y
ayer, dentro del tuyo, me escribiste
que
de nostalgia tienes inclinado
medio
cuerpo hacia mí, medio hacia el hoyo.
(HERNÁNDEZ, Miguel. El rayo que no cesa. 9ª ed. Madrid:
Espasa-Calpe, 1978, p. 39-40).
4 ene 2018
Esa máquina de ilusión
«Deslumbrada por tantas y tan maravillosas
invenciones, la gente de Macondo no sabía por dónde empezar a asombrarse. Se
trasnochaban contemplando las pálidas bombillas eléctricas alimentadas por la
planta que llevó Aureliano Triste en el segundo viaje del tren, y a cuyo
obsesionante tumtun costó tiempo y trabajo acostumbrarse. Se indignaron con las
imágenes vivas que el próspero comerciante don Bruno Crespi proyectaba en el
teatro con taquillas de bocas de león, porque un personaje muerto y sepultado
en una película, y por cuya desgracia se derramaron lágrimas de aflicción,
reapareció vivo y convertido en árabe en la película siguiente. El público que
pagaba dos centavos para compartir las vicisitudes de los personajes, no pudo soportar
aquella burla inaudita y rompió la silletería.