«Tras una calma noche de invierno me desperté con la
sensación de que mientras dormía me había sido formulada una pregunta a la que
yo había tratado en vano de responder en medio de mi sueño. ¿Cómo, cuándo,
dónde? Pero surgió con el amanecer la Naturaleza, en la que viven todas las
criaturas, atisbando por mi ventana con rostro satisfecho y sin pregunta alguna
en sus labios. Desperté, pues, a una cuestión ya resuelta, a la Naturaleza y a
la luz del día. La nieve, salpicada de agujas de pino, que yacía pesadamente
sobre la tierra y hasta la misma ladera
sobre la que se asienta mi cabaña parecía decir: ¡Adelante! La Naturaleza no
hace preguntas ni responde a ninguna de las que formulamos los mortales. Ha ya
mucho que tomó su propia decisión: “¡Oh, Príncipe!, nuestros ojos contemplan
con admiración y transmiten al alma el maravilloso y variado espectáculo de
este universo. La noche vela, qué duda cabe, parte de esta gloriosa creación;
pero luego rompe el día para revelarnos esta magna obra, tan vasta, que alcanza
desde la tierra hasta las mismas planicies etéreas».
(THOREAU, Henry David. Walden o la vida en los bosques.
Barcelona: Juventud, 2010, p. 347).
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