«Estaba en
casa, escribiendo mi libro. En páginas: un poco más de la mitad, momento en que
me empieza a gustar, a gustar de veras, lo que estoy escribiendo... aunque eso
no significa que el libro sea a partir de ahí más fácil de escribir. Me sentía
agarrotada. Tenía sueño. La heroína de mi novela acababa de tener una rabieta y
me había dejado exhausta. Quería acostarme, pero no en la cama, que está en
otra habitación, ni tampoco en el sofá. No quería abandonar mi libro. Sólo
quiero dormir unos momentos. Escribir es volar. Y mi equilibrio interior exige
ahora que me acueste. Felizmente agotada, necesito el libro para que me
mantenga pegada al suelo. Bajo la nítida luna y el aire plateado, sobre la
hierba recién cortada, debajo del libro (a un poco más de la mitad); por tanto,
fuera del alcance del teléfono y del fax,
y lejos de otros libros, de los múltiples libros que admiro de otros
autores, que te protegen del monstruo televisivo que devora tu cerebro...
Ágora donde iniciar historias sobre libros, naturaleza, arte y poesía; donde hallar las palabras soñadas o queridas, sin la perspectiva del tiempo... como en una biblioteca.
27 ago 2012
5 ago 2012
El tiempo
«Llega un momento en la vida cuando el
tiempo nos alcanza. (No sé si expreso esto bien). Quiero decir que a partir de
tal edad nos vemos sujetos al tiempo y obligados a contar con él, como si
alguna colérica visión con espada centelleante nos arrojara del paraíso
primero, donde todo hombre una vez ha vivido libre del aguijón de la muerte.
¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces
cifra de la eternidad. ¿Cuántos siglos caben en las horas de un niño?