Autoretrato con sombrero de fieltro, (1887), de Vincent van Gogh |
«¡Lástima que la pintura cuesta tan cara! Esta semana tenía menos problemas que las otras, así pues me dejé ir; hubiera gastado el billete de cien en una semana, pero al cabo de ella tendría mis cuatro cuadros, e incluso agregando el precio de todo el color utilizado, la semana no habría sido un fracaso. Cada día me he levantado muy temprano, he comido y he cenado bien, he podido trabajar asiduamente sin sentirme desfallecido. Pero ahí tienes, vivimos en días en que lo que uno hace no tiene salida. No sólo no se vende, tal como ves en Gauguin; uno quisiera pedir prestado sobre cuadros realizados y no encuentra nada, incluso cuando esas cantidades son insignificantes y los trabajos importantes. Ya ves como estamos en manos de la casualidad. Y temo que nuestra vida apenas cambie. A menos que preparemos vidas más ricas a los pintores que marchen sobre nuestras huellas, lo que ya sería algo.
La vida es corta sin embargo, especialmente el número de años en los cuales uno se siente lo bastante fuerte como para desafiarlo todo.
En fin, es muy de temer que apenas la nueva pintura sea apreciada, los pintores se ablanden.
En cualquier caso, eso hay de positivo: no somos nosotros los que estamos en decadencia. Gauguin y Bernard hablan de “pintar como niños”. Prefiero eso a la pintura de los decadentes. ¿Cómo se explica que la gente vea en el impresionismo algo decadente? Porque es todo lo contrario».
(GOGH, Vincent van. Cartas a Theo. Barcelona: Paidós, 2004, p. 288).
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