«Y aquí me detuve, porque eran tantas las cosas que se me ocurrían (memorizar los nombres de todos los árboles del mundo, de todos los minerales, de las flores, los ríos y las estrellas, jugar al póker, bailar el vals, pilotar un barco, contar viejas historias…), y casi todas tan largas y difíciles de aprender, que necesitaría toda la vida solo para intentarlo. Leer, por ejemplo. Apenas había leído nada y ahora de pronto quería leerlo y abarcarlo todo. Ahora bien, pensé entonces, ¿no sería mejor buscar libros, manuales, guías, prontuarios, pequeñas enciclopedias, donde resumieran argumentos de novelas y teorías filosóficas, gráficos, esquemas y sinopsis, que encerraran lo esencial de la astrología, de la química, de la historia? Para cada materia, diez o doce fichas, no mucho más. Solo lo básico. Luego, ya me encargaría yo de ampliar por mi cuenta con la ayuda de la imaginación, de las palabras del ingenio y hasta de los gestos. De ese modo, podría hablar con cierto fundamento sobre cualquier cuestión. Y quién sabe, en un rifirrafe dialéctico, quizá también yo lograra desenfundar con rapidez. Sí, había que tomar atajos, tender puentes, echar remiendos, porque al fin y al cabo la vida es breve, y el amor y sus urgencias admiten y justifican todo tipo de intrigas y artimañas».
(LANDERO, Luis. La vida negociable. Barcelona: Tusquets, 2017, p. 97).
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