Psyche entrando en el
jardín de Cupido (1903),
de John William
Waterhouse
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«¿Habrá de ser siempre así, todo lo que se ame,
jeroglífico, cifra sagrada e incomprensible? No habría de existir un género de
amor que no tropezara con la resistencia de lo amado; un amor en el cual,
entender o querer entender se acreciente con el amor mismo y lleguen a ser la
misma cosa, entender y amar; amar y entender. Y el corazón no tenga que
someterse ciego, y hambriento; hambriento también de razones, pues que las
necesita... mas cuando se ha querido entender al otro, los otros, los otros
creen que son razones para “la razón” lo que se les pide y si no bastan, si no
llegan a tocar siquiera el fondo de la cuestión, sobreviene la acusación de
irracionalidad, cuando lo que se pide y se ha esperado, lo que el corazón
espera siempre, sin atreverse a decirlo, es una luz que le ilumine aún a
trueque de consumirlo, ¿qué le importa a él, la consunción?, todo lo daría por
ver; un instante, pues despertó como despierta todo lo que nace, por
hambre...».
(ZAMBRANO, María. Delirio y destino: los veinte años de una española. Madrid: Horas y horas, 2011, p. 38-39).
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