«La primera vez que fui a Galicia, mis amigos me
llevaron al río del Olvido. Mis amigos me dijeron que los legionarios romanos,
en los antiguos tiempos imperiales, habían querido invadir estas tierras, pero
de aquí no habían pasado: paralizados por el pánico, se habían detenido a la
orilla de este río. Y no lo habían atravesado nunca, porque quien cruza el río
del Olvido llega a la otra orilla sin saber quién es ni de dónde viene.
Yo estaba
empezando mi exilio en España, y pensé: si bastan las aguas de un río para
borrar la memoria, ¿qué pasará conmigo, resto de naufragio, que atravesé toda
una mar? Pero yo había
estado recorriendo los pueblecitos de Pontevedra y Orense, y había descubierto
tabernas y cafés que se llamaban Uruguay o Venezuela o Mi
Buenos Aires Querido y cantinas que ofrecían parrilladas y arepas, y por
todas partes había banderines de Peñarol y Nacional y Boca Juniors, y todo eso
era de los gallegos que habían regresado de América y sentían, ahora, la
nostalgia al revés. Ellos se habían marchado de sus aldeas, exiliados como yo,
aunque los hubiera corrido la economía y no la policía, y al cabo de muchos
años estaban de vuelta en su tierra de origen, y nunca habían olvidado nada. Ni
al irse, ni al estar, ni al volver: nunca habían olvidado nada. Y ahora tenían
dos memorias y tenían dos patrias».
(GALEANO, Eduardo. El libro de los abrazos. 34ª reimp. Madrid: Siglo XXI de España, 2015, p. 100-101).
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