On the hill large (1878), de Homer Winslow |
«El tren hizo parada en una estación sin
pueblo, y poco después pasó frente a la
única finca bananera del camino que tenía el nombre escrito en el portal: Macondo.
Esta palabra me había llamado la atención desde los primeros viajes con mi abuelo,
pero sólo de adulto descubrí que me gustaba su resonancia poética. Nunca se lo
escuché a nadie ni pregunté siquiera qué significaba. Lo había usado ya en tres
libros como nombre de un pueblo imaginario, cuando me enteré en una
enciclopedia casual que es un árbol del trópico parecido a la ceiba, que no
produce flores ni frutos, y cuya madera esponjosa sirve para hacer canoas y
esculpir trastos de cocina.Más tarde descubrí en la Enciclopedia Británica que
en Tanganyika existe la etnia errante de los makondos y pensé que aquél podía
ser el origen de la palabra. Pero nunca lo averigüé ni conocí el árbol, pues
muchas veces pregunté por él en la zona bananera y nadie supo decírmelo. Tal
vez no existió nunca.
El tren pasaba a las once por la finca
Macondo, y diez minutos después se detenía en Aracataca. El día en que iba con
mi madre a vender la casa pasó con una hora y media de retraso. Yo estaba en el
retrete cuando empezó a acelerar y entró por la ventana rota un viento ardiente
y seco, revuelto con el estrépito de los viejos vagones y el silbato
despavorido de la locomotora. El corazón me daba tumbos en el pecho y una
náusea glacial me heló las entrañas. Salí a toda prisa, empujado por un pavor
semejante al que se siente con un temblor de tierra, y encontré a mi madre
impeturbable en su puesto, enumerando en voz alta los lugares que veía pasar
por la ventana como ráfagas instantáneas de la vida que fue y que no volvería a
ser nunca jamás».
(GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Vivir para contarla. 4ª ed. Barcelona: Random House Mondadori, 2005, p. 27).
1 comentario:
Genial! Chapeau!!
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