Impresión, sol naciente (1873), de Claude Monet
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No tardará en llegar a su fin
este agosto que te ha visto pasar con la
luz
a tus pies. Somos eternos, decías.
Yo pensaba sólo en la condena
del alma al faltarle el alimento
que le traías. Ahora la ciudad vive
del peso inconmensurablemente muerto
de los días sin tu presencia. Dejo
que la mano corra sobre el papel
intentando
captar el eco de una palabra,
una señal de quien en un lugar cualquiera
resplandece, y confía al viento el
secreto
de nuestra tan precaria eternidad.
(ANDRADE, Eugénio de. Los surcos de la sed. Madrid: Calambur, 2001, p. 77).