Templo
de Erecteion, en la Acrópolis de Atenas (Grecia)
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«El día en que una estatua está terminada, su vida, en cierto sentido,
empieza. Se ha salvado la primera etapa que, mediante los cuidados del
escultor, le ha llevado desde el bloque hasta la forma humana; una segunda
etapa, en el transcurso de los siglos, a través de alternativas de adoración,
de admiración, de amor, de desprecio o de indiferencia, por grados sucesivos de
erosión y desgaste, la irá devolviendo poco a poco al estado de mineral informe
al que la había sustraído su escultor».
(YOURCENAR, Marguerite. El tiempo, gran escultor. Buenos Aires: Alfaguara, 1990, p. 65).