Ágora donde iniciar historias sobre libros, naturaleza, arte y poesía; donde hallar las palabras soñadas o queridas, sin la perspectiva del tiempo... como en una biblioteca.
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15 jun 2018
26 abr 2018
29 ene 2018
Los libros arden mal
Llamaradas, de Li-Shu Chen
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El mando apuraba la voz. Pero aquello no se
podía hacer de cualquier manera, a lo bruto. Cada trabajo requiere su ritmo, y
ninguno de nosotros recordaba haber cargado restos de libros quemados. Las
herramientas tampoco. Ellas y nosotros estábamos acostumbrados a recoger las
hojas caídas, al olor de las cenizas de otoño, que le daban a la ciudad un
aroma medicinal. Más que de humo habría que hablar de eso, de un aroma. Era una
naturaleza a la que le había llegado su tiempo. En cambio, lo que hoy ardía era
el tiempo. En eso sí que reparé. No dije nada, pero lo pensé.
12 dic 2017
El acto de la lectura
La lectora de novela (1888), de Vincent van Gogh
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«Nuestro concepto de la
forma literaria está relacionado, en diversos aspectos, con lo privado. La
práctica de leer un libro para uno mismo, en silencio, es un desarrollo
histórico tardío. Implica cierto número de condiciones económicas y sociales:
habitación para uno solo (significativa frase de Virginia Woolf) o, por lo
menos, un lugar tan espacioso que permita un ámbito de tranquilidad; propiedad
privada del libro, con el derecho concominante de proteger un libro raro del
uso de los demás hombres; medios de luz artificial durante las horas de la
noche.
30 nov 2017
Aprendizaje lector
Book of
books, de Vladimir Kush
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«Nathanael se encontró a gusto en casa del
maestro, pese a las bofetadas y golpes
que llovían sobre los alumnos. Pronto le encargaron que enseñase el alfabeto a
los más pequeños de sus condiscípulos, pero lo hacía muy mal, y nunca hallaba
el momento oportuno para golpear con la regla de hierro los dedos de los
chicos. No obstante, su aire de dulzura y su atención servían para que cundiese
el buen ejemplo entre los muchachos de su edad. Por la tarde, cuando ya se
habían marchado los colegiales, el maestro le permitía leer: en verano,
mientras había luz, en el jardín, y en invierno, al resplandor de la lumbre, en
la cocina.
17 oct 2017
El descubrimiento bibliotecario
Diary of
discoveries, de Vladimir Kush
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«El revés de mis tantas tardes de tedio fue
el descubrimiento casual de una sala de música abierta al público en la
Biblioteca Nacional. La convertí en mi refugio preferido para leer al amparo de
los grandes compositores, cuyas obras solicitábamos por escrito a una empleada
encantadora. Entre los visitantes habituales descubríamos afinidades de toda
índole por la clase de música que preferíamos. Así conocí a la mayoría de mis
autores preferidos a través de los gustos ajenos, por lo abundantes y variados,
y aborrecí a Chopin durante muchos años por culpa de un melómano implacable que
lo solicitaba casi a diario y sin misericordia.
8 sept 2017
17 jun 2017
¿Qué tienes entre manos? (relato de terror ferial)
Puente
cerca de Kolpino (Rusia)
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«Aquel tipo tenía dentro de sí
un escritor bueno y un escritor malo que trabajaban a horas distintas. Aun así
en los textos del malo se percibía finalmente un aliento de bondad, mientras
que en los del buenos sonaba, cuando menos hacía falta, un estertor agónico
procedente de la respiración del malo. Estaban tan cerca, en fin, que no podían
dejar de influirse. Los lectores, según se colocaran en uno u otro lado de la
identidad de aquel tipo, pensaban que se trataba de un mal escritor con
aciertos geniales, o de un genio que se estaba echando a perder.
23 abr 2017
La voz del libro
A reader (1877),
de Albert Joseph Moore
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«En esa gran polémica con
los muertos que es la lectura, nuestro papel no es pasivo. Cuando es algo más
que fantaseo o que un apetito indiferente emanado del tedio, la lectura es un modo de acción. Conjuramos
la presencia, la voz del libro. Le permitimos la entrada, aunque no sin
cautela, a nuestra más honda intimidad. Un gran poema, una novela clásica nos
acometen; asaltan y ocupan las fortalezas de nuestra conciencia. Ejercen un
extraño, contundente señorío sobre nuestra imaginación y nuestros deseos, sobre
nuestras ambiciones y nuestros sueños más secretos. Los hombres que queman
libros saben lo que hacen. El artista es la fuerza incontrolable: ningún ojo
occidental, después de Van Gogh, puede mirar un ciprés sin advertir en él el
comienzo de la llamarada.
Así, y en una medida suprema, ocurre con la
literatura. Un hombre que haya leído el canto XXIV de la Ilíada –el encuentro nocturno de Príamo y Aquiles– o el capítulo en que
Aliosha Karamazov se arrodilla ante las estrellas, que haya leído el capítulo
XX de Montaigne (Que philosopher c’est apprendre l’art de mourir) y el
empleo que de éste hace Hamlet y que no se inmute, que la aprehensión de su
propia vida permanezca inalterable, que de alguna manera sutil pero radical no
mire de modo distinto el cuarto en que se mueve o al que llama a su puerta,
éste ha leído con la ceguera apenas de la mirada física. ¿Pueden leerse Anna
Karenina o a Proust sin experimentar una flaqueza o una dimensión nuevas en
el centro mismo de nuestra sensibilidad sexual?».
(STEINER, George. Lenguaje y silencio. 2ª ed. Madrid:
Gedisa, 2000, p. 25-26).
6 abr 2017
La intimidad de la lectura
Vista de la llanura de Auvers (1890), de Vincent van Gogh
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«El
hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe
mortal. Vive en grupo porque es gregario, pero lee porque se sabe solo. Esta
lectura es para él una compañía que no ocupa el lugar que ninguna otra compañía
podría sustituir. No le ofrece ninguna explicación definitiva sobre su destino
pero teje una apretada red de connivencias que expresan la paradójica dicha de
vivir a la vez que iluminan la absurdidad trágica de la vida. De manera que
nuestras razones para leer son tan ‘extrañas’ como nuestras razones vivir. Y
nadie tiene poderes para pedirnos cuentas sobre esa intimidad».
(PENNAC,
Daniel. Como una novela. 8ª ed.
Barcelona: Anagrama, 2001, p. 169).
8 mar 2017
La lectura: cómplice para avanzar en la vida
«De acuerdo con la convocatoria, unos veinte
aspirantes acudimos a las ocho de la mañana para el concurso de ingreso. Por
fortuna no era un examen escrito, sino que había tres maestros que nos llamaban
en el orden en que nos habíamos inscrito la semana anterior, y hacían un examen
sumario de acuerdo con nuestros certificados de estudios anteriores. Yo era el
único que no los tenía, por falta de tiempo para pedirlos al Montessori y a la
escuela primaria de Aracataca, y mi madre pensaba que no sería admitido sin
papeles. Pero decidí hacerme el loco. Uno de los maestros me sacó de la fila
cuando le confesé que no los tenía, pero otro se hizo cargo de mi suerte y me
llevó a su oficina para examinarme sin requisito previo. Me preguntó qué
cantidad era una gruesa, cuántos años eran un lustro y un milenio, me hizo
repetir las capitales de los departamentos, los principales ríos nacionales y
los países limítrofes. Todo me pareció de rutina hasta que me preguntó qué libros
había leído. Le llamó la atención que citara tantos y tan variados a mi edad, y
que hubiera leído Las mil y una noches, en una edición para adultos en
la que no se habían suprimido algunos de los episodios escabrosos que
escandalizaban al padre Angarita.
20 dic 2016
18 nov 2016
La intimidad de la lectura
«Si
pensamos en la parte de las grandes lecturas que debemos a la Escuela, a la
Crítica, a todas las formas de publicidad, o, por el contrario, al amigo, al
amante, al compañero de clase, o a veces incluso a la familia –cuando no coloca los
libros en el estante de la educación–, el resultado es claro: las cosas más
hermosas que hemos leído se las debemos casi siempre a un ser querido. Y a un
ser querido será el primero a quien hablemos de ellas. Quizá, justamente,
porque lo típico del sentimiento, al igual que del deseo de leer, consiste en
preferir. Amar, a fin de cuentas, es regalar nuestras preferencias a los que
preferimos. Y estos repartos pueblan la invisible ciudadela de nuestra
libertad. Estamos habitamos por libros y por amigos».
(PENNAC,
Daniel. Como una novela. 8ª ed.
Barcelona: Anagrama, 2001, p. 84).
21 sept 2016
Una libertad llamada lectura
«Leer, ha dicho Jean-Paul Sartre, es
soñar libremente. Con frecuencia tendemos a ver en primer lugar el sueño
fabricado más que el acto creador. Sin embargo, la lectura intensiva es
justamente eso: la exploración de nuestra libertad creadora. ¿Sabemos qué hacer
con esa libertad?».
(BOLLMANN, Stefan. Las mujeres, que leen, son peligrosas. 5ª
ed. Madrid: Maeva, 2007, p. 37).
8 jul 2016
El primer relato
«Una aventura pavorosa se la debo a las
obras completas de Freud, que habían llegado a la biblioteca. No entendía nada
de sus análisis escabrosos, desde luego, pero sus casos clínicos me llevaban en
vilo hasta el final, como las fantasías de Julio Verne. El maestro Calderón nos
pidió que le escribiéramos un cuento con tema libre en la clase de castellano.
Se me ocurrió el de una enferma mental de unos siete años y con un título
pedante que iba en sentido contrario al de la poesía: “Un caso de sicosis
obsesiva”. El maestro lo hizo leer en clase. Mi vecino de asiento, Aurelio
Prieto, repudió sin reservas la petulancia de escribir sin la mínima formación
científica ni literaria sobre un asunto tan retorcido. Le expliqué, con más
rencor que humildad, que lo había tomado de un caso clínico descrito por Freud
en sus memorias y mi única pretensión era usarlo para la tarea. El maestro
Calderón, tal vez creyéndome resentido por las críticas ácidas de varios
compañeros de clase, me llamó aparte en el recreo para animarme a seguir
adelante por el mismo camino. Me señaló que en mi cuento era evidente que
ignoraba las técnicas de la ficción moderna, pero tenía el instinto y las
ganas. Le pareció bien escrito y al menos con intención de algo original.
1 mar 2016
Ese tú al que se escribe
«La escritura inauguró una nueva forma de
estar en el mundo: no es una simple reproducción del discurso lingüístico, que es
primordialmente oral. Oralidad y escritura no son intercambiables. Hay una zona
de confluencia, de intersección, pero una y otra poseen sus propias
virtualidades. Pedro Salinas lo escribe en El defensor: hay cosas que
solo se pueden expresar epistolarmente. En la escritura, el hombre puede
encontrarse más sereno, consigo mismo, sin la interferencia emocional del otro,
de los otros.
25 feb 2016
El arte de la escucha
Homenaje a Miró, de Li-Shu Chen
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18 feb 2016
La anarquía de la lectura
Mujer leyendo (1935), de Pablo Picasso
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«Desde la liberalización de las
prácticas de la lectura entre los siglos XVII y XIX, cada uno es libre de
decidir no sólo qué leer y cómo hacerlo, sino también de elegir el lugar de la
lectura. Ahora se puede leer donde uno quiera: preferentemente en casa, hundido
en un sillón, tumbado en la cama o en el suelo, pero también al aire libre, en
la playa o durante un viaje, en el tren o en el metro (...) la mirada sumergida
silenciosamente en un libro generaba un aura de intimidad que separaba al
lector de su entorno inmediato permitiéndole, sin embargo, permanecer inmerso
en él (...): en medio del ajetreo de la ciudad y en presencia de otra gente, el
lector podía estar consigo mismo sin ser perturbado.
20 ene 2016
El hábito de la lectura
«El ejercicio físico es al cuerpo lo que
la lectura es a la inteligencia. [...] Es menester buscar tiempo y fomentar
este hábito. Por eso los padres deben procurar leer y que sus hijos vean que lo
hacen, además de comentar lo que se ha leído y recomendar textos adecuados a
cada edad. Crear una atmósfera de lectura en la familia es una labor educativa
que no tiene precio. No obstante, insisto en que los padres deben ir por
delante, aunque cueste, y a veces no se encuentre el tiempo oportuno para ello.
Un joven que lee va a tener una visión más rica de la vida, se agranda su
vocabulario y es capaz de captar más matices que aquel que no practica este
hábito».
(ROJAS, Enrique. Amistad: adiós a la soledad. Madrid:
Temas de hoy, 2009, p. 140).
7 oct 2015
El escritor indeciso
«Había una
vez un escritor indeciso. Cuando escribía, lamentaba no poder leer y, cuando
leía, lamentaba no poder escribir.
Un día recibió una carta que decía: “Me he
enterado de su problema por una entrevista. Siga el recorrido indicado en esta
hoja y lo resolverá”. Firmado: un amigo.
El escritor siguió las indicaciones y se
encontró en una llanura, donde yacían muchas hojas de papel esparcidas por el
suelo en orden geométrico, que terminaban ante la puerta cerrada de una pared
de madera. Sobre la hierba distinguió una vela encendida, un zapato de mujer y
un reloj de arena.
El escritor pensó: “En lo que me resta de
vida, el amor me ayudará a entender el sentido del tiempo”.
Levantó la primera hoja, pero estaba en
blanco. También la segunda estaba en blanco. Todas estaban en blanco. Se
dirigió a la puerta y la abrió, pero al otro lado no había nada, sólo la
llanura interminable.