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29 ene 2018

Los libros arden mal


Llamaradas,  de Li-Shu Chen
«Había mucha limpieza que hacer. Y otro tanto en la plaza de María Pita. Muchos libros quemados. Algo habíamos oído nosotros de que andaban quemando libros en la orilla del mar. Ya habían hecho alguna que otra quema en los primeros días del golpe. Pero esto era diferente. Bibliotecas enteras ahí quemadas. Excepto la voz resinosa del que mandaba, repetida como un eco por el nuevo encargado, el único sonido era el de los rastrillos rascando con sus dientes y luego las palas cargando el camión.
El mando apuraba la voz. Pero aquello no se podía hacer de cualquier manera, a lo bruto. Cada trabajo requiere su ritmo, y ninguno de nosotros recordaba haber cargado restos de libros quemados. Las herramientas tampoco. Ellas y nosotros estábamos acostumbrados a recoger las hojas caídas, al olor de las cenizas de otoño, que le daban a la ciudad un aroma medicinal. Más que de humo habría que hablar de eso, de un aroma. Era una naturaleza a la que le había llegado su tiempo. En cambio, lo que hoy ardía era el tiempo. En eso sí que reparé. No dije nada, pero lo pensé.

12 dic 2017

El acto de la lectura


La lectora de novela  (1888),  de Vincent van Gogh
«Nuestro concepto de la forma literaria está relacionado, en diversos aspectos, con lo privado. La práctica de leer un libro para uno mismo, en silencio, es un desarrollo histórico tardío. Implica cierto número de condiciones económicas y sociales: habitación para uno solo (significativa frase de Virginia Woolf) o, por lo menos, un lugar tan espacioso que permita un ámbito de tranquilidad; propiedad privada del libro, con el derecho concominante de proteger un libro raro del uso de los demás hombres; medios de luz artificial durante las horas de la noche.

30 nov 2017

Aprendizaje lector


Book of books, de Vladimir Kush
«Nathanael se encontró a gusto en casa del maestro, pese  a las bofetadas y golpes que llovían sobre los alumnos. Pronto le encargaron que enseñase el alfabeto a los más pequeños de sus condiscípulos, pero lo hacía muy mal, y nunca hallaba el momento oportuno para golpear con la regla de hierro los dedos de los chicos. No obstante, su aire de dulzura y su atención servían para que cundiese el buen ejemplo entre los muchachos de su edad. Por la tarde, cuando ya se habían marchado los colegiales, el maestro le permitía leer: en verano, mientras había luz, en el jardín, y en invierno, al resplandor de la lumbre, en la cocina.

17 oct 2017

El descubrimiento bibliotecario


Diary of discoveries, de Vladimir Kush
«El revés de mis tantas tardes de tedio fue el descubrimiento casual de una sala de música abierta al público en la Biblioteca Nacional. La convertí en mi refugio preferido para leer al amparo de los grandes compositores, cuyas obras solicitábamos por escrito a una empleada encantadora. Entre los visitantes habituales descubríamos afinidades de toda índole por la clase de música que preferíamos. Así conocí a la mayoría de mis autores preferidos a través de los gustos ajenos, por lo abundantes y variados, y aborrecí a Chopin durante muchos años por culpa de un melómano implacable que lo solicitaba casi a diario y sin misericordia.

17 jun 2017

¿Qué tienes entre manos? (relato de terror ferial)



Puente cerca de Kolpino (Rusia)
«Aquel tipo tenía dentro de sí un escritor bueno y un escritor malo que trabajaban a horas distintas. Aun así en los textos del malo se percibía finalmente un aliento de bondad, mientras que en los del buenos sonaba, cuando menos hacía falta, un estertor agónico procedente de la respiración del malo. Estaban tan cerca, en fin, que no podían dejar de influirse. Los lectores, según se colocaran en uno u otro lado de la identidad de aquel tipo, pensaban que se trataba de un mal escritor con aciertos geniales, o de un genio que se estaba echando a perder.

23 abr 2017

La voz del libro


A reader (1877),   
de Albert Joseph Moore
«En esa gran polémica con los muertos que es la lectura, nuestro papel no es pasivo. Cuando es algo más que fantaseo o que un apetito indiferente emanado del tedio,  la lectura es un modo de acción. Conjuramos la presencia, la voz del libro. Le permitimos la entrada, aunque no sin cautela, a nuestra más honda intimidad. Un gran poema, una novela clásica nos acometen; asaltan y ocupan las fortalezas de nuestra conciencia. Ejercen un extraño, contundente señorío sobre nuestra imaginación y nuestros deseos, sobre nuestras ambiciones y nuestros sueños más secretos. Los hombres que queman libros saben lo que hacen. El artista es la fuerza incontrolable: ningún ojo occidental, después de Van Gogh, puede mirar un ciprés sin advertir en él el comienzo de la llamarada.
   Así, y en una medida suprema, ocurre con la literatura. Un hombre que haya leído el canto XXIV de la Ilíada –el encuentro nocturno de Príamo y Aquiles– o el capítulo en que Aliosha Karamazov se arrodilla ante las estrellas, que haya leído el capítulo XX de Montaigne (Que philosopher c’est apprendre l’art de mourir) y el empleo que de éste hace Hamlet y que no se inmute, que la aprehensión de su propia vida permanezca inalterable, que de alguna manera sutil pero radical no mire de modo distinto el cuarto en que se mueve o al que llama a su puerta, éste ha leído con la ceguera apenas de la mirada física. ¿Pueden leerse Anna Karenina o a Proust sin experimentar una flaqueza o una dimensión nuevas en el centro mismo de nuestra sensibilidad sexual?».


(STEINER, George. Lenguaje y silencio. 2ª ed. Madrid: Gedisa, 2000, p. 25-26).

6 abr 2017

La intimidad de la lectura


Vista de la llanura de Auvers  (1890),  de Vincent van Gogh
«El hombre construye casas porque está vivo, pero escribe libros porque se sabe mortal. Vive en grupo porque es gregario, pero lee porque se sabe solo. Esta lectura es para él una compañía que no ocupa el lugar que ninguna otra compañía podría sustituir. No le ofrece ninguna explicación definitiva sobre su destino pero teje una apretada red de connivencias que expresan la paradójica dicha de vivir a la vez que iluminan la absurdidad trágica de la vida. De manera que nuestras razones para leer son tan ‘extrañas’ como nuestras razones vivir. Y nadie tiene poderes para pedirnos cuentas sobre esa intimidad».


(PENNAC, Daniel. Como una novela. 8ª ed. Barcelona: Anagrama, 2001, p. 169).

8 mar 2017

La lectura: cómplice para avanzar en la vida

«De acuerdo con la convocatoria, unos veinte aspirantes acudimos a las ocho de la mañana para el concurso de ingreso. Por fortuna no era un examen escrito, sino que había tres maestros que nos llamaban en el orden en que nos habíamos inscrito la semana anterior, y hacían un examen sumario de acuerdo con nuestros certificados de estudios anteriores. Yo era el único que no los tenía, por falta de tiempo para pedirlos al Montessori y a la escuela primaria de Aracataca, y mi madre pensaba que no sería admitido sin papeles. Pero decidí hacerme el loco. Uno de los maestros me sacó de la fila cuando le confesé que no los tenía, pero otro se hizo cargo de mi suerte y me llevó a su oficina para examinarme sin requisito previo. Me preguntó qué cantidad era una gruesa, cuántos años eran un lustro y un milenio, me hizo repetir las capitales de los departamentos, los principales ríos nacionales y los países limítrofes. Todo me pareció de rutina hasta que me preguntó qué libros había leído. Le llamó la atención que citara tantos y tan variados a mi edad, y que hubiera leído Las mil y una noches, en una edición para adultos en la que no se habían suprimido algunos de los episodios escabrosos que escandalizaban al padre Angarita.

18 nov 2016

La intimidad de la lectura

    «Si pensamos en la parte de las grandes lecturas que debemos a la Escuela, a la Crítica, a todas las formas de publicidad, o, por el contrario, al amigo, al amante, al compañero de clase, o a veces incluso a la familia –cuando no coloca los libros en el estante de la educación–, el resultado es claro: las cosas más hermosas que hemos leído se las debemos casi siempre a un ser querido. Y a un ser querido será el primero a quien hablemos de ellas. Quizá, justamente, porque lo típico del sentimiento, al igual que del deseo de leer, consiste en preferir. Amar, a fin de cuentas, es regalar nuestras preferencias a los que preferimos. Y estos repartos pueblan la invisible ciudadela de nuestra libertad. Estamos habitamos por libros y por amigos».


(PENNAC, Daniel. Como una novela. 8ª ed. Barcelona: Anagrama, 2001, p. 84).

21 sept 2016

Una libertad llamada lectura

«Leer, ha dicho Jean-Paul Sartre, es soñar libremente. Con frecuencia tendemos a ver en primer lugar el sueño fabricado más que el acto creador. Sin embargo, la lectura intensiva es justamente eso: la exploración de nuestra libertad creadora. ¿Sabemos qué hacer con esa libertad?».


(BOLLMANN, Stefan. Las mujeres, que leen, son peligrosas. 5ª ed. Madrid: Maeva, 2007, p. 37).

8 jul 2016

El primer relato

«Una aventura pavorosa se la debo a las obras completas de Freud, que habían llegado a la biblioteca. No entendía nada de sus análisis escabrosos, desde luego, pero sus casos clínicos me llevaban en vilo hasta el final, como las fantasías de Julio Verne. El maestro Calderón nos pidió que le escribiéramos un cuento con tema libre en la clase de castellano. Se me ocurrió el de una enferma mental de unos siete años y con un título pedante que iba en sentido contrario al de la poesía: “Un caso de sicosis obsesiva”. El maestro lo hizo leer en clase. Mi vecino de asiento, Aurelio Prieto, repudió sin reservas la petulancia de escribir sin la mínima formación científica ni literaria sobre un asunto tan retorcido. Le expliqué, con más rencor que humildad, que lo había tomado de un caso clínico descrito por Freud en sus memorias y mi única pretensión era usarlo para la tarea. El maestro Calderón, tal vez creyéndome resentido por las críticas ácidas de varios compañeros de clase, me llamó aparte en el recreo para animarme a seguir adelante por el mismo camino. Me señaló que en mi cuento era evidente que ignoraba las técnicas de la ficción moderna, pero tenía el instinto y las ganas. Le pareció bien escrito y al menos con intención de algo original.

1 mar 2016

Ese tú al que se escribe

«La escritura inauguró una nueva forma de estar en el mundo: no es una simple reproducción del discurso lingüístico, que es primordialmente oral. Oralidad y escritura no son intercambiables. Hay una zona de confluencia, de intersección, pero una y otra poseen sus propias virtualidades. Pedro Salinas lo escribe en El defensor: hay cosas que solo se pueden expresar epistolarmente. En la escritura, el hombre puede encontrarse más sereno, consigo mismo, sin la interferencia emocional del otro, de los otros.

25 feb 2016

El arte de la escucha

Homenaje a Miró,  de Li-Shu Chen
«El arte del relator pide una escucha, pues por debajo incluso del más sofisticado de los estilos narrativos clásicos se escucha la cadencia de la palabra hablada. Un relato es algo que se dice, que se habla; que se vive en el oído. Pero nosotros hemos perdido el arte de escuchar, hemos dejado de deleitarnos con las digresiones y las pausas de la voz espontánea.  Vueltos holgazanes por la profusión de los brillantes e instantáneos artilugios gráficos 
–la fotografía, el cartel, el cine, el tebeo–, hemos pasado de auditores a espectadores.

18 feb 2016

La anarquía de la lectura


Mujer leyendo (1935),  de Pablo Picasso
«Desde la liberalización de las prácticas de la lectura entre los siglos XVII y XIX, cada uno es libre de decidir no sólo qué leer y cómo hacerlo, sino también de elegir el lugar de la lectura. Ahora se puede leer donde uno quiera: preferentemente en casa, hundido en un sillón, tumbado en la cama o en el suelo, pero también al aire libre, en la playa o durante un viaje, en el tren o en el metro (...) la mirada sumergida silenciosamente en un libro generaba un aura de intimidad que separaba al lector de su entorno inmediato permitiéndole, sin embargo, permanecer inmerso en él (...): en medio del ajetreo de la ciudad y en presencia de otra gente, el lector podía estar consigo mismo sin ser perturbado.

20 ene 2016

El hábito de la lectura

   «El ejercicio físico es al cuerpo lo que la lectura es a la inteligencia. [...] Es menester buscar tiempo y fomentar este hábito. Por eso los padres deben procurar leer y que sus hijos vean que lo hacen, además de comentar lo que se ha leído y recomendar textos adecuados a cada edad. Crear una atmósfera de lectura en la familia es una labor educativa que no tiene precio. No obstante, insisto en que los padres deben ir por delante, aunque cueste, y a veces no se encuentre el tiempo oportuno para ello. Un joven que lee va a tener una visión más rica de la vida, se agranda su vocabulario y es capaz de captar más matices que aquel que no practica este hábito».

(ROJAS, Enrique. Amistad: adiós a la soledad. Madrid: Temas de hoy, 2009, p. 140).

7 oct 2015

El escritor indeciso

«Había una vez un escritor indeciso. Cuando escribía, lamentaba no poder leer y, cuando leía, lamentaba no poder escribir.
   Un día recibió una carta que decía: “Me he enterado de su problema por una entrevista. Siga el recorrido indicado en esta hoja y lo resolverá”. Firmado: un amigo.
  El escritor siguió las indicaciones y se encontró en una llanura, donde yacían muchas hojas de papel esparcidas por el suelo en orden geométrico, que terminaban ante la puerta cerrada de una pared de madera. Sobre la hierba distinguió una vela encendida, un zapato de mujer y un reloj de arena.
   El escritor pensó: “En lo que me resta de vida, el amor me ayudará a entender el sentido del tiempo”.
   Levantó la primera hoja, pero estaba en blanco. También la segunda estaba en blanco. Todas estaban en blanco. Se dirigió a la puerta y la abrió, pero al otro lado no había nada, sólo la llanura interminable.