La física de Einstein y la cuántica
se dieron la mano gracias a Paul Didac y a su vehemente convicción de que las
ecuaciones fundamentales del universo debían ser, por encima de todo, hermosas.
Su método científico se basó en asumir que la belleza de éstas residía en los
símbolos y en la lógica que los relacionaba.
Así en 1928, a la edad de 25 años,
mientras jugueteaba en busca de unas relaciones matemáticas, Didac formuló la
ecuación que describe el comportamiento del electrón y que más tarde utilizó
para predecir la existencia de la antimateria.
Dado que ésta es prácticamente la
mitad del material que contiene el universo tras el Big Bang, podemos decir que
la ecuación de Didac encierra la belleza de la mitad de la existencia.
Sin duda es una idea poética, pero
es que de entre todas las artes la poesía es la que más se asemeja a las matemáticas.
Ambas constituyen el máximo refinamiento en el uso de un lenguaje para
describir una emoción o una realidad física a través de la completa armonía en
la elección y la posición de sus elementos, sean éstos palabras o símbolos
matemáticos; un mínimo cambio en un soneto de Shakespeare sería tan
pernicionoso como hacer la más ligera modificación en una ecuación de Didac.
En este sentido, la definición de
belleza como un atributo que no puede ser ni siquiera ligeramente alterado sin
destrozar su grandeza se ajusta por entero a las teorías matemáticas a pesar de
que su belleza no sea tan fácilmente apreciable».
(PUNSET, Eduardo. Por qué somos como somos. Madrid: Aguilar, 2008, p. 217-218).
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